(Este dibujo no es mío. Lo encontré en Pinterest. No tiene nombre)
Hay muchas cosas que hago mientras estoy creando y no necesariamente forman parte de mi cuadro. Pintar es un proceso que comienza con un estado de la mente, con una imagen, una visión. Mi proceso no es invariable, no posee un orden estructurado de una forma exacta. Puede aparecer en cualquier momento y tomar cualquier forma. Por ejemplo, mientras estoy haciendo otra actividad que no está relacionada con la pintura; como leer, o salir de paseo. Yo puedo encontrarme un motivo de inspiración diferente cada día.
El proceso de creación es diferente para cada artista. A veces, mi mente está ocupada en otros asuntos más mundanos, como pagar la renta; y de pronto, aparece una imagen que irrumpe sorpresivamente en mi cotidianidad. Pero posee la fuerza necesaria para detener ese automatismo de lo cotidiano y llevarme casi instantáneamente hacia otra dimensión de la realidad, sin que yo pueda hacer nada para resistirme. En ese instante, empieza mi proceso y aparecen arcanos que estaban ocultos para mi conciencia ordinaria. Estos cobran formas e intuiciones que también estaban presentes, pero apenas eran percibidas por algún fragmento inadvertido de mi conciencia.
A partir del momento en que esos arcanos se hacen conscientes se inicia un impulso creativo irrefrenable; la imperiosa necesidad espiritual del artista, de la que hablaba Kandinsky. Entonces, debo obedecerla de inmediato. O se otro modo, sufriré las consecuencias. Y no estoy exagerando. Durante más de 15 años elegí no responder a estos impulsos y mi vida fue cayendo lentamente en la decadencia. Es difícil explicarlo. Para un observador externo esta desobediencia voluntaria al proceso creativo puede significar algo así como tener sentido común. Y por otro lado, para el artista implica algo tan veraz como su autodestrucción.
Entonces, mi proceso me lleva a saltar al vacío, el de una hoja en blanco, un lienzo en blanco, una pantalla oscura. Y dejarme caer, caer sin posibilidad de aferrarme porque todo a mi alrededor también está cayendo junto conmigo, por la madriguera del conejo por donde cayó Alicia. Es una caída necesaria, es la caída del vuelo de la imaginación. Y es parte fundamental de mi propio proceso creativo, que me lleva por lugares insospechados: libros, conversaciones, atisbos de historias ocultas en mi alma o en el alma del mundo. O sencillamente, nonsense; un sinsentido. Porque el sentido mismo se ha desprovisto de su capa para sentarse dócilmente entre los dedos de mis manos.
La observación atenta es un ritual fundamental de este proceso. la observación de lo Otro: el colega que pinta algo que me estremece, o que me habla en un idioma que yo recuerdo pero ahora no puedo descifrar. Aquellas palomas acurrucadas sobre mi tejado, batiéndose burlonamente unas con otras. La voz incidental de un niño que corre allí afuera. Mis sueños. Cualquier cosa es una entrega, un mensaje desde ese otro mundo. Y en mi lienzo, mi pantalla oscura comienzan a aparecer atisbos de comunicación. Cuando estoy comunicándome con Eso, no hay mente. Se disuelve toda noción de cuándo, cómo o por qué. Simplemente aparece. Al terminar, hay un retroceso sutil pero definitivo. Es el momento de reconocer el suceso y darle un nombre. Algunas veces, ese nombre llega por sí mismo y ni siquiera es necesario hacer el retroceso, ya está surgiendo a partir del último trazo. Otras veces, ese nombre no llega y no podemos nombrar lo que hemos hecho. Tal vez, nunca llegue.
Ese proceso algunas veces no se cierra, sino que sigue, sigue y desaparece en el horizonte de la mente dejándonos sin promesas. Porque podría volver de nuevo, pero eso jamás lo sabremos. La única verdad que queda es que hubo un contacto, una interacción inequívoca y de todo eso surgió un recién nacido. Se podría comparar con el mismo acto de amar y dar a luz. Pero quizás el amor del artista por eso que reconoce como su creación, puede ser un amor paradójico: un “Te amo, pero no te reconozco”. O, “te amo, pero te detesto al mismo tiempo”. En fin, quizás no sea tan distinto del amor humano.
Cuando tenía 9 años yo quería ser poeta (no poetiza). Y pintaba caricaturas de sirenas que jugaban con estrellas marinas.
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