El arte de escribir es la cosa más milagrosa de cuantas el hombre ha imaginado. -Thomas Carlyle
En El Derecho a
Escribir, Julia Cameron llama la
atención acerca de ese perfeccionismo insidioso de algunos escritores -algunos
otros, nunca yo-, que bloquea toda expresión creativa, toda espontaneidad, e
imposibilita casi completamente que una nueva historia pueda llegar a nacer.
Sólo queremos escribir, pero queremos escribir bien. Aunque no sabemos exactamente qué significa. Para
algunos, escribir bien puede ser cómo-me-siento-el-día-de-hoy, es decir:
con qué pie me levanté de la cama; a esa cualidad Cameron le llama mood. Es
el humor (o mal humor) del artista. Pero escribir
bien, no significa nada realmente.
Según el mood de
cada día nos damos o no permiso para expresar al artista que vive dentro de cada
uno. Admito que me siento identificada. Mayormente, en los últimos meses me he
propuesto escribir cada día –todos los días-, al menos una hora. Si puedo, más.
Esto implica casi siempre, tener algo qué decir.
Pero no es solamente el hecho de que el escritor se quede
sin temas sobre los cuales narrar. El hecho mismo de crear una historia, por
breve que esta sea, puede ser todo un reto. Y sí, esto depende mucho de mi mood.
Pero entonces, tengo que convencerme de una cosa; algo que
no sé si Cameron ha dicho antes que
yo. Sólo tengo que convencerme de que una vez que haya empezado a escribir, la
excusa, -la resistencia, el parásito-, dará paso y simplemente, me estaré dando
permiso de expresar lo que sea que quiera expresarse a través de mí.
El mood puede variar
tanto como el clima. El mood es de
hecho, la manifestación del clima personal y emocional del escritor. Y si, ¿simplemente lo dejo ser, si solamente permito que suceda? ¿Acaso alguien puede
impedir que llueva? Quizás entonces, algo interesante pueda surgir. Es cuestión
de permitir.
Pero hay un requisito indispensable o dos, si somos un poco
más meticulosos. El primero de ellos incuestionablemente es, apagar al sensor interior. ¡Nada de críticas! (ni
autocríticas). Se trata simplemente de permitir que algo suceda, aunque todavía
no sepamos qué es. Y el simple hecho de hacerlo puede llegar a ser toda una serendipia.
El segundo requisito es, dar rienda suelta al jaguar de lo
inesperado, a esa imaginación sin límites que nos habita en lo recóndito de
nuestro ser de escritor. Podemos sencillamente dejarle abierta una puerta
trasera sin pretender nada, salvo que lo inesperado aparezca. Y cuando esto
suceda, divertirse, jugar; como juegan los niños en la playa sobre la arena.
Mi mood el día de hoy era nubarroso y se encontraba
por cierto, bastante reticente. Estuve buscando mil excusas para no hacer, para
evitar sentarme frente al ordenador y escribir estas letras. Pero tenía una
cita previa, un compromiso que adquirí desde principios de año. Tengo el deseo
y la intención de rescatar del olvido a ese niño que ama jugar en la arena,
sacarlo a pasear todos los días y dejar que suceda lo que quiera suceder.
De modo, que llegué a un acuerdo tácito con mi mood: -Sí, ya sé que quieres mantener la
hegemonía- le dije condescendiente-. Pero afortunadamente, la demanda del niño
siempre es más fuerte y al dejar que las letras surjan sucede lo inesperado;
casi siempre venzo al tedio y cede la resistencia del hábito pegajoso y
negligente de no ser yo misma.
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