viernes, 26 de febrero de 2021

CARTA PARA ROSEMARIE

 




Hace algunos días recordé mi primer viaje a Grecia. Anduve buscando las fotos de aquella experiencia tan hermosa en mi vida y me encontré inesperadamente con una carta; un mensaje que escribí a mi hermana Rosemarie, contándole las anécdotas de aquel viaje.

Me sorprendí de leer cada detalle del viaje, narrado como lo habría hecho Agatha Christie, sin el asunto crucial del suspenso y el crimen. Pero lo que más me sorprendió fue la nitidez de la memoria, de los detalles, de las sensaciones captadas, mejor de lo que lo habría hecho cualquier fotografía.

Fue realmente un regalo para mí el hallazgo de este mensaje; puesto que justo por aquellos días mi hermana –que en paz descanse-, habría celebrado su onomástico. Su ausencia es algo que todavía no soy capaz de definir; no imagino quién sería capaz de explicar cuánto se puede extrañar a alguien tan esencial en nuestra vida.

Precisamente por eso, para recordarla, pero también para reconectar con esa esencia de su hermosa alma, quiero reproducir aquí los detalles de aquella carta. Mi gratitud siempre al Eterno Retorno que la trajo de vuelta.

Hola mi hermana bella:

Estoy recién llegada de mis vacaciones a Grecia. ¡Fue maravilloso! Tengo unas fotos increíbles que voy a bajar a la computadora y te las voy a enviar para que veas qué hermoso es. Estoy tan contenta todavía que me alegro de que no se me haya pasado al volver aquí.

Te cuento cómo fue mi viaje: Llegué a Atenas, vía Zurich, el domingo a las 12 de la noche; debo decir que esos suizos son súper puntuales en los horarios de los vuelos, muy responsables y excelente servicio a bordo.

Yo había hecho una reserva en un buen hotel para cinco noches en Atenas, pero resulta que llegué a las 12 de la noche, y yo no contaba con que esa era una noche más; así que no tenía reserva para esa noche.

Pero el encargado, que se llamaba Antonio –un tipo muy simpático-, me ayudó a conseguir habitación en otro hotel cercano para esa misma noche. Fue súper amable. Pero el hotel en el que me consiguió la habitación resultó ser la Casa de los Monsters. Pasé la noche en vela, como te imaginarás. La calle de ese hotel, era la calle de Fredy Kruger. En fin, la primera noche en Atenas fue una odisea.

Por la mañana, muy temprano me levanté para dar un paseo por la ciudad y conocer la Acrópolis y el Ágora antigua. Me fui caminando por la misma calle del horror de la noche anterior, que por la mañana se había transformado en un mercado pakistaní.

La calle era un mercado que olía a especias. ¡Increíble, la transformación de la noche al día!

Ese domingo muy temprano, me fui con mi mapa en la mano caminando por las calles de Atenas. Había una luz impresionante, un sol deslumbrante y comenzaba a hacer calor. Llegué al Ágora romana primero, y La Torre de los vientos; restos arqueológicos de la época romana.

El barrio donde están estos monumentos es precioso; es el barrio de Plaka, la zona más antigua de Atenas. También hay un mercadillo en sus callejuelas, pero es más mediterráneo, más turístico también. Y hay un trenecito que pasea a los turistas por todo el recinto; como el trenecito del Parque del Este en Caracas, no sé si te acuerdas. Le hice una foto también para que lo veas.

Llegado el mediodía me subí a la Acrópolis para ver el Partenón y el Erecteón con las escultóricas Cariátides. Tomé miles de fotos. Es mágico ese lugar. Desde cualquier terraza de Atenas se puede contemplar la Acrópolis enclavada en lo alto de una colina. ¡Preciosa!

Antes de que se hiciera mediodía regresé a la Casa de los Monters para recoger mi maleta y cambiarme a mi hotel. La diferencia fue del día a la noche. Mi hotel, aunque de 3 estrellas era súper pulcro, todo pintadito bello. La habitación que me dieron estaba impecable. El baño súper amplio, con secador de pelo y todo. Y una terracita que daba a la Acrópolis, en la última planta.

¿Te imaginas cómo me sentía allí? ¡Súper cómoda y feliz! En una cama grandota, como la mía de Madrid, con sábanas que olían rico y una neverita. El suelo impecable; yo caminaba descalza y los pies nunca se me ensuciaban. ¡De lo mejor!

Después me fui a comer por el mismo barrio de Plaka, comida típica griega. Comí Mousaka. Le llaman así a una especie de polenta con papas, bechamel y verduras –creo que berenjenas-, que estaba para chuparse los dedos.

En el camino conocí un marchante uruguayo afincado en Atenas, muy simpático, que me invitaba cada vez que me veía. En el paseo por los alrededores vi varias iglesias ortodoxas. Son pequeñitas, muy coquetas; tomé también algunas fotos. Y vi, ahora más relajada, el Mercado de Plaka.

Por la noche llegué al hotel súper cansada. Me di una ducha y cené en un bar que me había recomendado el taxista que me llevó al hotel la noche anterior. Me pedí una ensalada griega con queso feta, tomates, aceitunas, cebollas moradas, pimientos y mucho aceite de oliva; (que en Grecia es puro 99% virgen), con unos lomitos de cerdo, hermana, ¡que estaban para chuparse los dedos! ¡Una cena deliciosa!

Comen muy bien los griegos, y son gente muy cariñosa y cercana. No me intentaron timar nunca y siempre me recomendaban cosas buenas. Yo me sentía bastante protegida, a pesar de que viajé sola. Todo el mundo en el hotel estaba súper pendiente de mí. Y cuando salía por ahí a pasear la gente me trataba con mucho cariño.

Esa segunda noche, como había caminado mucho y hacía mucho calor, estaba muy cansada y me acosté pronto, porque a la mañana siguiente tenía concertada una excursión para ir hasta el Cabo Sunión, a ver el Templo de Poseidón.

Pasarían a recogerme al mediodía, así que tenía tiempo para ir al Museo Arqueológico, que quería ver porque allí hay muchas piezas de arte clásico que me interesaba ver. Eran tres plantas enormes de grandes; me llevó toda la mañana recorrerlo. Y cuando llegué al hotel estaba extenuada.

El viaje al Cabo Sunión era cerquita, una media hora pasando por la Avenida del Pireo. El Templo de Poseidón es impresionante, está muy bien conservado. En la excursión había muchas personas que venían de Latinoamérica, sobretodo, argentinos.

Pero fue al día siguiente, en la excursión a Micenas y Archova donde conocí a un grupo de cuatro mujeres jubiladas; yo las llamé Las chicas de Oro; porque eran cuatro septuagenarias, cachondas, súper cómicas. Me reí muchísimo con ellas y sus historias. Venían de un viaje largo, desde Viena y Praga hasta Turquía, y habían dedicado los tres últimos días a visitar Grecia.

Íbamos en el autobús muertas de la risa. El paseo constaba de ir primero a Corinto, adonde vimos el Canal y la Antigua ciudad. Luego, una parada para hacer algunas fotos. Y pasamos por las antiguas Murallas de Tirinto, el Bosque de Dafne, ¡precioso! Y en camino hacia la tumba de Agamenón, el Tolo, como le llaman en Micenas.

Luego, vimos el Palacio; los restos que quedan y que están en lo alto de una colina en la ciudad de Archova, que es preciosa, hermana. Teníamos una guía muy amena, que hablaba perfectamente español y nos iba contando la historia de los reyes micénicos. También hicimos una visita al Museo de Micenas, pero allí no tienen muchas piezas.

Y finalmente, al teatro de Epidauro, en medio de la montaña; que todavía usan como escenario de obras de teatro y danza. Es un recinto inmenso, con un aforo de más de 20 mil personas.

Ese día nos dieron también el almuerzo incluido en el paseo. Y regresamos a Atenas temprano, antes de las 7 de la tarde. Así que me fui a dar una vuelta por el centro y me volví a encontrar con el uruguayo y unos amigos suyos. Me invitaron a sentarme con ellos y me quedé allí tomándome unas copas hasta tarde. Como me daba un poco de cague irme sola al hotel, uno de ellos fue súper caballeroso y me acompañó caminando hasta la puerta de mi hotel.

A la mañana siguiente tenía que levantarme otra vez, súper temprano, porque había concertado varios tours por los alrededores. Lo que quería conocer eran las ruinas de Delfos y allí nos llevaron en autocar; Esta vez no venían las Chicas de Oro, que ya se habían ido de regreso a Argentina.

El camino era más largo pero el paisaje valió la pena. ¡Bellísimo! Verde, lleno de bosques frondosos, en flor, montañoso. El norte de Grecia es más frondoso que el Sur, adonde fui el día anterior; que es más rocoso y seco.

En tres horas habíamos llegado a Naufplio, un precioso pueblo en la montaña. ¡Hermana, como de cuento! Con casitas de techos rojos y escalinatas empinadas, ¡era bellísimo! Lo que te diga es poco. Creo que tengo algunas fotos, porque allí no paramos. Pero la próxima vez que vaya a Grecia pienso quedarme allí un par de días, porque es bellísimo.

Luego, la excursión nos llevó al Templo de Apolo en Delfos. Es un recinto bastante más grande y mejor conservado aún que el Palacio de Micenas. Primero pasamos por la estrada o el Camino de las Procesiones que va en ascenso; pues el templo está enclavado en la montaña, en lo alto de un precipicio, y rodeado de árboles y laureles, el árbol de Apolo. ¡Impresionante, hermana!

Luego vimos el Tholos, que yo la verdad no lo vi muy claramente; estaba en la parte de debajo de la colina y hasta allí no llegaba la excursión. Pero sí que se podía ver desde el Templo y también el Thesauro de los atenienses; otro templete donde se guardaban las arcas de ofrendas, todo bastante bien conservado.

Y el Teatro; en casi todos los complejos religiosos había uno. Era también grande, pero no tanto como el de Epidauro. El Museo estaba muy cerca y tenía muchas más piezas que pertenecían al templo; todas las que los griegos pudieron salvar de la rapiña de los ingleses, los franceses, etc.

Después fuimos a comer a una posada súper bonita, rodeada de flores adelfas, con aire acondicionado, muy conveniente, porque el calor era tremendo. Y el menú era más rico que el del día anterior. Había mucha más comida. Un primer plato con queso griego frito, unos bollitos con carne de cordero, envueltos en una hoja amarga –ahora no me acuerdo cómo se llama-, con especias. ¡Qué sabroso! Ensalada griega y tres clases de postres.

En ese viaje conocí a una parejita de recién casados, de Jaén; y a una madre y su hija, que venían desde Zaragoza y estuvieron también en el tour del día anterior. Al final me quedé con ellas, comimos juntas y cuando el autocar nos llevó de regreso a Atenas, nos fuimos las tres a la colina de Lycavittos, a la que se sube en funicular.

Desde allí arriba se ve toda la ciudad de Atenas, ¡es preciosa la vista! En una terraza blanca te atienden unos mesoneros guapísimos. Nos comimos unos helados de pistacho, acompañado con jarabe de caramelo. En Grecia el pistacho es un producto muy rico, es pistacho autóctono de la Isla de Egina.

Fue toda una odisea subir las interminables escalinatas por la calle Plutarcho para llegar hasta el funicular. Al final de la velada regresamos a nuestros hoteles, y esa noche que era luna llena cené algo que me compré en un supermercado y me quedé viendo en la tele los viejos seriales de Who’s the boss y The Nanny. ¿¿Te acuerdas? Cómo me reí.

Ahora que me acuerdo de estos días me río un montón y me da gusto recordarlo, porque de verdad fue muy agradable.

El último día de excursión era a las Islas del Golfo Sarónico: Poros, Hydra y Egina. Fuimos primero, en autocar hasta el Puerto del Pireo, donde embarcamos en el ferry; te envío las fotos para que lo veas: tres plantas llenas de japoneses, chinos y las peruanas que conocí, que estaban también recorriendo Grecia de viaje, como las Chicas de Oro.

Pero aquellas venían desde Jerusalem y eran mucho mayores, de entre 70 y 80 años. Allí estaban las dos como dos robles en el barco, viajando por el mundo. Yo me apeé del barco con la más joven de las dos, Dina –que por casualidad, vive en Atlanta.

Estuvimos en Poros, hermana, y ella sólo quería comprar cosas. Yo me iba a pasear y a tomar fotos. El agua del mar era clarita, el puerto lleno de barcos, yates y turistas de todo el mundo. Una islita muy pequeña y muy coqueta.

La segunda Isla fue Hydra. Más grande. No tienen carros. El medio de transporte en Hydra son las mulas. Nos hicimos muchas fotos con Dina. Ella me hizo montones de fotos con su cámara y yo le di tu teléfono, para que te llame y las conozcas. Son muy lindas las dos viejitas.

En Hydra había un mercado súper bonito, alrededor de una iglesia ortodoxa, pequeñita: La Iglesia de San Jorge. Por dentro era preciosa; hice montones de fotos también. Había una torre pequeñita y un Museo que puedes ver en quince minutos. Yo me fui a ver el Museo antes de que zarpara el barco.

Luego, a bordo nos dieron la comida y hubo un show muy divertido con bailarines griegos. Tocaron la música de la película que tanto me gusta, Zorba el griego de Antony Queen. Después me fui a cubierta un buen rato. Me senté y me puse a contemplar el agua tan azul y tan limpia y las gaviotas volando muy cerquita del barco; casi podías tocarlas. ¡Era un espectáculo bellísimo!

En el horizonte se veía el perfil de las islas. Era un día muy claro; el cielo nítido y abierto. ¡Maravilloso! Y yo no me mareé ni me insolé. La gente estaba muy animada y relajada. ¡Todo el mundo era muy amable!

La última isla era Egina. Como es la más grande de las tres, te daban a elegir entre dos excursiones. Yo escogí la excursión clásica que lleva al templo de Afasia, una antigua diosa griega del mar. El recinto también está en buenas condiciones, pero la zona es árida.

Luego, te llevan por los campos de pistacho hasta la Iglesia de San Nectario, que es bastante grande y te hacen un recorrido por la tumba del Santo y los interiores de la Iglesia, que es bellísima.

El último día, como mi avión salía a las 2, me levante muy temprano porque todavía me quedaban muchas cosas que ver en Atenas. Quería ver el Museo de Arte cicládico, y dos Museos más que están en el centro de Atenas, en la zona de la plaza Syntagma. Me fui hasta allí y en tres horas me recorrí primero, el Museo Bizantino.

Luego, me fui al Museo de Benaki, que es una colección privada de distintas épocas: clásica, bizantina, romana, etc. Pero allí no te permiten tomar fotos y tampoco tenían un libro de la colección. Fue una pena porque me encantaría tenerlo. Aún me dio tiempo a hacer el recorrido completo por las dos plantas repletas de salas y obras maestras, entre 25 y 28 salas, más o menos.

Y finalmente, a eso de las 10 y media de la mañana entré en el Museo de Arte Cicládico; el edificio es precioso. Me pareció el más bonito y mejor conservado de los tres. Tiene cuatro plantas. Pero una de ellas estaba cerrada, la de arte de las islas cicládicas; lamentablemente no pude verla. Había también exposiciones de arte geométrico, arte clásico, vasijas áticas.

Y, en la última planta una exposición muy bien montada sobre la Vida Diaria en la Grecia Antigua, a partir de los restos arqueológicos. Había dos películas documentales en una sala oscura, con proyecciones de los dibujos de las vasijas clásicas. ¡Impresionantes! Vale la pena pasar allí un par de horas.

Salí de allí con el tiempo justo para recoger mi maleta en el hotel, irme en el metro hasta el aeropuerto y embarcar hacia Zurich. Éste ha sido el mejor viaje que he hecho hasta ahora, junto al de Israel. Pronto bajaré las fotos para que puedas verlas.

Creo que voy a volver, porque hay muchas cosas que todavía quiero ver; como los sitios de Kalambaka, Eleuisis y Meteora; el antiguo cementerio de Kerameikos y el Templo de Zeus Olímpico en Atenas, que no me dio tiempo de ir.

Un beso grande y todo mi cariño. Te recomiendo que hagas este viaje en cuanto puedas, hermana. Grecia es mucho más bella y mágica de lo que la gente dice. Es mucho mejor verlo personalmente que en las fotos de los libros, lo digo por experiencia; pues acabo de cumplir uno de mis más grandes sueños.

¡Te quiero mucho!

Aquí termina esta larga epístola de mi travesía por Grecia. Recordarlo a través de este mensaje a mi hermana fallecida ha sido indescriptiblemente emotivo para mí. He podido apreciar mejor las pinceladas con que mis palabras describieron aquel viaje y los buenos momentos vividos.

Si quieres conocer más sobre mis libros y mis viajes sígueme en Facebook y en Instagram.

 

 

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