¿Qué es aquello que no expresamos al otro porque esperamos
que lo adivine o simplemente, damos por hecho que ya debe saberlo? ¿Qué es lo
que hay detrás de las omisiones en
nuestras relaciones cotidianas? Con la familia, con los compañeros de trabajo,
con nuestros amigos, nuestra pareja…
La comunicación es
un mecanismo sutil que, en principio puede parecer muy sencillo y sin embargo, se
trata de uno de los sistemas más complejos creado por el ser humano. Aunque
esto último, no está del todo claro. Hablar y escribir son actos propios de la
voluntad y de los más sofisticados modelos del intelecto.
No me atrevería a afirmar tan a priori -como hacen muchos-, que el ser humano es la única especie
capaz de usar tales modelos de comunicación (habla y escritura). La ciencia
conoce desde hace tiempo que la comunicación es un fenómeno posible no únicamente,
entre individuos de la misma especie; de hecho, muchas especies de animales son
capaces de comunicarse entre sí y con otras, a través de señales sensitivas:
sonidos, movimientos, olores, etc.
Este lenguaje
preverbal ha quedado de alguna manera incrustado en la memoria genética de
la especie humana y he ahí, que nos encontramos con este fenómeno inexplicable
de La Omisión. No pretendo explicar
aquí los fundamentos psicológicos ni sociológicos de este fenómeno, sólo me interesa
señalar lo fácil que nos resulta a los humanos creer que sólo las palabras
pueden comunicar significados.
Pero la omisión
tiene muchos filos que sacar. Principalmente,
cuando por descuido dejamos de hacer uso del lenguaje verbal y nos encontramos en escenarios de diversidad
cultural, en los que abunda la variedad de significados. Además de la riqueza
que esto supone para el lenguaje, aquí la
omisión campa a sus anchas.
Son dos los factores que quisiera resaltar en este contexto.
Y el primero de ellos es el más obvio, los imponderables
de la vida cotidiana, como se les denomina en Antropología Social, son todo
ese repertorio de conductas, gestos y lenguaje corporal de los que los seres
humanos damos cuenta y que en realidad, responden a nuestro condicionamiento
más primitivo.
El segundo factor está mucho más oculto para el ojo no
entrenado y es el que damos por llamar leer
entre líneas. Aquí no hay aparentemente, nada que pueda indicar de forma
evidente cuál es el mensaje que la omisión
nos quiere entregar y sin embargo, no podemos pasar por alto ese secreto a voces de lo no dicho y no
expresado verbalmente.
Sabemos, o quizás sería más exacto admitir que intuimos que
algo se ha insinuado, mas no queda evidencia concreta de ello, en prácticamente
nada de lo que se ha dicho; sea esto verbal o escrito. Y de los dos, éste es el
factor más desconcertante. Es todo un arte poder crear una forma de lenguaje
como éste. Es el arte del misterio.
Si en la escritura de mi manuscrito he pasado deliberadamente por alto cierto detalle,
esta omisión debe aparecer con tal
contundencia ante los ojos del lector que lo mantenga completamente en vilo a
lo largo de la trama, en la búsqueda de un alivio; o al menos, una posible
pista que le dirija hacia la resolución más lógica del misterio omitido.
Si hacemos esto mismo en nuestras relaciones, en la vida
diaria, no cabe duda de que vamos a dejar tantos cabos sueltos que al final del
día, ni siquiera nosotros mismos sabremos exactamente con qué definición nos hemos
quedado. Y no es para nada recomendable sostener relaciones tan perplejas.
¿A qué ámbito
pertenece este misterio, esto no dicho, no expresado; este secreto que no se
escucha ni se puede observar? Yo tengo dos respuestas muy plausibles, que no
tienen nada que ver con la literatura pero que pueden ser un conocimiento útil
para el hilo de la narración. La primera causa se encuentra en nuestro cerebro
humano, en el sistema límbico: la cede de nuestras respuestas fisiológicas
frente a las emociones como la ira, el miedo o la excitación.
La otra causa se traslada al ámbito de la física cuántica –uno
de mis temas predilectos-, y aquí me estoy refiriendo a los campos mórficos. Un
fenómeno recientemente estudiado en la ciencia, que da explicación entre otras
cosas a fenómenos asociados a la intuición y la telepatía. Y es aquí adonde
quería precisamente, llevar el hilo de la atención.
Intuición y telepatía pertenecen casi
exclusivamente, al terreno de lo misterioso que en otros tiempos menos inquisitivos
se daba por llamar ciencias ocultas. Pero a raíz del estudio de los campos
mórficos estos dos fenómenos de los que hablamos con tanta naturalidad en la vida
cotidiana, reflejan un comportamiento posible y observable.
Esta es la fuente de donde asumo, surgen estos fenómenos del
lenguaje que hemos denominado omisiones.
Hay un metalenguaje si se quiere, que
ya no proviene de una hormona en el cerebro mamífero, sino quizás anterior a
esta, que tiene la capacidad de viajar por el espacio y entrelazar de sentido
dos cerebros, en dos cuerpos separados.
Lo que hay detrás de lo no dicho, a fin de cuentas, es una consciencia que permea la realidad
empírica y transmite el significado de forma tácita e inmediata. Esta es la
explicación cuasi académica, pero jamás agotada de todos esos saberes y decires
ocultos y no expresados en la omisión,
en la vida cotidiana, entre renglones.
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