Crear una historia se puede comparar al oficio de tejer o de hilar algodón; es muy importante seguir la trama y no saltarse ningún punto. Por eso, a la exposición de los eventos de una historia se le conoce como trama narrativa. Si el escritor se pierde en la trama con seguridad también lo harán quienes lo leen. Y, aunque cierto grado de extravío es aceptable en toda historia, de todos los elementos de la trama el único que jamás se debe perder de vista es el personaje.
Mis primeras lecturas de la Ilíada sucedieron hace tanto
tiempo que me resulta difícil recordar exactamente cuándo. Y sin embargo, me es
imposible olvidar el efecto que sobre mí causaron los personajes principales;
como Agamenón, Príamo, Héctor o Aquiles. Homero me cautivó por la rectitud e
inmediatez con que sus personajes tocaron mi fibra sensible.
Fue inevitable entonces, que para reflejar el talante
heroico de los personajes de la Trilogía de la Tierra Arcana tuviera que irme a
beber de nuevo, de las fuentes de Homero. Y quedarme una y otra vez, prendada
de la nobleza de un príncipe como Héctor, de la sagacidad de Ulises y la
destreza inigualable de un soldado como Aquiles en la lid.
En gran medida, sus palabras y la manera en que todos ellos
se expresan dan cuenta del carácter correspondiente a la talla de los eventos
que cada uno de ellos tuvo que enfrentar. Su discurso y sus decisiones me
enseñaron a comprender al héroe en el que quería reflejarlo y sobre cuyos
hombros deseaba posicionar el mayor peso de la trama, que estaba en marcha.
Así nació el rey Atlante Pelayo.
Siempre prefiero que sean los mismos personajes quienes
respondan a la inevitable cuestión: ¿quién es o quién era… Y en el caso de
Atlante las presentaciones no serían más elocuentes que su propia historia. De
allí, el título del primer libro. Su historia representa casi enteramente, a
quién refiere. Pero de eso trataré en otro post.
Ahora me baste con señalar que Atlante fue la potencia que
sentó precedente para las generaciones venideras en el universo al que fue
destinado, la Isla Blanca. Y el coro de los personajes que lo rodean está
contribuyendo enormemente en crear su leyenda hasta la más elevada estatura.
No podemos olvidar a la mano derecha, el fiel gran amigo de
Atlante, el sabio Quirón; personaje que teje gran parte de los hilos
fundamentales de esta historia. Sin un sabio como Quirón no sería posible crear
un genio de la talla de nuestro protagonista. Quirón viene como ya muchos prevén,
de la añeja mitología griega. Y aunque Homero no lo reseña en su aventura de
Ilión, está claro que su pupilo más destacado es el héroe inmortal de Troya,
Aquiles.
Aunque mi interés en Quirón era dejar la huella de su
influencia en el temperamento valeroso de su amigo; del mismo modo que la imprimió sobre Aquiles, jamás osaría
comparar a la máquina de matar que fue
éste con el rey valiente y bondadoso de La
Verdadera Historia de Atlante. Por muchas razones. La primera y la más
importante de ellas: mi amor por el personaje de esta historia me lo impide.
Atlante fue creciendo paso a paso a partir de su propio
fuero y destreza; muchas veces sin la ayuda de su amigo Quirón. Y es que la historia
que de él debía ser contada, es una leyenda de aventuras pero también de
entrega. Una gran entrega.
Y en eso consiste su historia, que aquí no se pretende
contar. Sólo dejar constancia del valor que precisó tanto para el personaje
como para mí misma contarla, a través de los labios de su mejor amigo, el sabio
centauro y maestro de Aquiles.
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