jueves, 4 de febrero de 2021

La Sacerdotisa de Thot - Novela sobre el Antiguo Egipto

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El presente artículo es una reposición de mi primer blog Egyptianights, publicado en Septiembre del año 2009. Con algunas modificaciones.

Nota: el enlace al libro de Ediciones Atlantis que se encuentra en aquel blog no es el libro actual. Ese libro fue descatalogado a partir de diciembre 2015, pero la editorial no lo ha dado de baja, con lo cual están incurriendo en delito; a partir del año 2015 los libros vendidos mediante Ediciones Atlantis no se han pagado a la autora original, que soy yo: Esperanza Theis. 

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Libro La Sacerdotisa de Thot. Esperanza Theis. Nueva Edición Enero 2021. Amazon Kindle


Sinopsis:

Una historia de amor y poder que entrelaza la historia, la magia y el misterio del Antiguo Egipto con la vida de grandes personajes como Pitágoras, Leonidas el Espartano y Darío el Grande.



COMENTARIOS SOBRE LA HISTORIA DE LA SACERDOTISA DE THOT.

¿De dónde surge la historia?

En principio, la historia comienza en el relato de las regresiones de Helena en “El Viaje”, otro proyecto que espero poder llevar a feliz término. Pero después me di cuenta de que esta historia constituía un argumento por sí misma. Era necesario documentarme sobre la época, las costumbres de pueblos tan diversos y sin embargo, tan cercanos como Egipto, Grecia y Persia. Hice un primer esbozo de los personajes principales y más adelante, descubrí que se entremezclaba la ficción con la realidad, es decir, con la historia. Aunque no siempre fui fiel a esta coincidencia, pues aunque me documenté todo cuanto pude acerca de los principales acontecimientos de la época en que varios capítulos discurren; no obstante, con frecuencia pasé por alto la precisión histórica con el único propósito de sacar partido del drama del personaje principal.

En el desarrollo del personaje principal, Neferure, la Sacerdotisa de Thot, quise poner de relieve sus facultades mágicas y mediadoras con el dios egipcio de la sabiduría; haciendo esto surgió en mi vida el recuerdo de cierto incidente que viví cuando estuve en Sevilla; con frecuencia me encontraba a mi paso alas de pájaros, de distintos tamaños y colores y solía recolectarlas y ponerlas en un jarrón, pues esto me agradaba. Comenté este hecho a varias personas, y una joven de apariencia bastante melancólica y hippie, me hizo la siguiente observación: “Te encontrabas esas alas porque tienes la facultad de comunicarte con los pájaros. ¿No recuerdas qué sucedía después?”.

Curiosamente, recuerdo que por esa época vivía en un ático, un refugio acogedor y entrañable en mis recuerdos, en la Calle Amparo. Una mañana de mercadillo bajé a la tienda de libros antiguos que había justo detrás de mi edificio y hurgando entre los miles de libros, subida a una escalera, encontré dos que atesoro en especial; uno de ellos era “El Lenguaje de los pájaros”. Y en él se menciona varias veces al dios Thot, un dios que siempre me atrajo. Es un libro al que he recurrido con frecuencia en mi vida, tanto para escribir, como para deleitarme con su narración; y del que también, y no por casualidad, surgió la primera historia de “El Viaje”, que tenía igual relación con mis experiencias extrasensoriales durante mi larga estancia en Sevilla; la famosa experiencia del viaje extracorporal que detallé al principio de aquella historia.

Así fue como Neferure adquirió sus cualidades: podía interpretar el lenguaje de los pájaros y ver presagios; y esto era así pues era una sacerdotisa del dios Ibis Thot que le había otorgado ese don. ¡Maravillosa cualidad! 

No sabía, como lo sé ahora que estoy leyendo más acerca de los griegos, que ésta era una práctica muy recurrida en la Grecia heroica; a la que a veces, me da por tildar de supersticiosa en exceso. Y, no por casualidad, encontré años más tarde en mi propia carta natal: “a kind of non verbal rapport with animals” (Cierto tipo de compatibilidad no verbal con los animales) Cosa que no puedo negar en absoluto. Mi inevitable atracción hacia los Griegos me ha llevado a descubrir las asombrosas coincidencias que existían entre sus prácticas mánticas y la sabiduría secreta de los sacerdotes egipcios. Estudié e indagué cuanto pude, pero está claro que esta sabiduría ya no se encuentra en los libros, así que no me quedó más remedio que echar mano de mi frugal imaginación; y agradezco a las Musas que pusieron en mis manos y en mi mente las palabras apropiadas, para describir lo que yo misma había experimentado en varias ocasiones en mi vida en Sevilla.

Aprendí que los sueños y los animales eran tan importantes para estos hombres animistas y rudimentarios que vivían a la copla de Homero, al que por demás admiro inmensamente. Introduje también los sueños, como medio de vinculación entre Iolaus y los dioses; porque conocía en parte esta práctica, y porque me intereso por el yoga de los sueños, y además, porque yo misma, mucho antes de conocerlas, ya había tenido varias experiencias oníricas patentemente lúcidas. Por ejemplo, La habilidad de Pitágoras para comunicarse con los elementos, como el río, es algo que leí y de lo que no tengo experiencia próxima; excepto con los árboles, pero en una esfera poética (y alucinógena, valdría aclarar).


¿Por qué, si me gustan tanto los griegos, y no tanto así los egipcios, escogí que la protagonista, Neferure, fuese egipcia y no griega?

(Actualización. En el momento en que escribí esta novela todavía no se me había revelado mi conexión profunda y espiritual con Egipto. Ahora esta conexión ya está clara y asentada.).

Esta elección no fue deliberada, pues como ya expliqué antes, el argumento en cuestión surgió de otra historia, “El Viaje”. Y para mantenerla y quizá porque me resultaba más convincente, la dejé fluir.

Neferure es un personaje formidable, por el que siento especial afecto. Los egipcios me agradan, pero es cierto que no tanto como los griegos. Así le pasaba a ella, porque sus disputas principalmente, eran con los miembros de su propio país, los intachables Uab; que no hallaban la manera de expulsarla del trono. Pero su amor está volcado hacia un extranjero; y lleva la “casualidad” que éste es precisamente, griego. Además, esta princesa y viuda real gobierna en un Egipto en decadencia. Es obvio que se esfuerza por conservar las sagradas enseñanzas, pero que ya en su propia tierra -a la que considera sagrada-, no existen hombres capaces de sustentarla. Tiene que llegar un extranjero para que los dioses depositen en él su reservorio; así se lo anuncia el mismo dios Thot.

¿Por qué incluí personajes tan destacados en la historia como Darío el Grande y el Rey Leonidas, el espartano, cuyas vidas se han vuelto leyendas?

Con el Rey de Persia Darío, al igual que con Ciro, su aparición en la historia me ayudaba a ubicarla en el espacio y el tiempo, me servían como medio para diagramar a mis personajes principales y la relevancia de sus roles en el drama. Esto es aún más patente cuando aparece Leonidas; y en especial Jerjes, el hijo de Darío. Tiene que pasar el tiempo, y aunque Iolaus ha vivido muchos años en Egipto, un motivo de fuerza mayor lo tiene que apartar de aquellos a quienes ama. Necesitaba a un personaje lo suficientemente grave como para retenerle, y con el que tuviera algún tipo de vínculo, más allá de lo político.

¿Existe algún riesgo de que estos personajes tan fuertes en la memoria histórica, puedan resultar desmembrados en la trama?

La relación que mantiene Iolaus con la joven Medea y su misma situación de esclavo, permanecen como indicios de una historia más profunda; y que incitan en el lector esa simpatía que acoge a este personaje cuando transcurre su tránsito por los pasajes de la muerte. Iolaus padece mucho antes de llegar a conocer a la Sacerdotisa de Thot. Esto es preciso para destacar de forma más dramática los contornos de su figura, en situaciones como su encuentro con el Rey Leonidas y su relación con la vieja Grecia; y el porqué se considera a sí mismo un traidor. Esto no obstante, me parece que procuré dejarlo bien claro.

No me preocupé demasiado en delinear la figura de un personaje como Leonidas, aunque sé que esta no ha sido una decisión correcta; porque me parecía lo suficientemente importante como para volverlo a destacar. Con decir que su muerte supuso la leyenda de la heroicidad espartana me pareció bastante, para que el lector sepa con quién se estaba enfrentando Iolaus. Asimismo, Darío El Grande tanto más que un personaje, resultó un recurso válido para resaltar la trascendencia del papel de mi protagonista en la trama, otorgándole una dimensión temporal y una trayectoria clara y creíble, a la hora de enfrentarnos con el otro personaje histórico que revela el punto álgido del drama de Iolaus, Jerjes.



DOS CAPÍTULOS DE LA SACERDOTISA DE THOT.

LA LLEGADA DE LOS PERSAS. (Narrado por Neferure)

Ankesemón (Ahmosé II) tenía tres hijos. Yo era su hija mayor, fruto de su unión con la reina Muk-Nefertari; y mi hermano menor, Sesostris III estaba destinado a suceder a mi padre en el trono de Egipto. Pero la mano de Ra obró por él. Sesostris pereció con tan sólo doce años, debido a una lesión de nacimiento en sus huesos. Así los dioses decidieron que la cabeza de Egipto sería la de otro hombre, hijo del faraón pero con otra mujer: Ami-Maaú, segunda concubina de mi padre. Su hijo era mi medio hermano, Psametiki III, Anjkaenra; el último Faraón de la casa de los Saítas.

El año Siderio, durante la estación de la crecida en el mes de Thot, mi medio hermano se convirtió en el Señor del Alto y Bajo Egipto y el radiante collar de Horus adornó su pecho valeroso. Los hombres de Tebas se postraron a sus pies; desde Abedyu[1] hasta Het-ka-Ptha[2]; desde la cuenca del Amduat[3] hasta los valles de Qeert[4]; cada hombre, niño y bestia besó sus pies dorados y pronunció grandes alabanzas a su nombre; porque su Shai[5] estaba unido al de su Señor, que era Uno con Egipto.

Anjkaenra me hizo su esposa bajo los auspicios de Horus el luminoso. Así pues, yo dejé de ser la Hija del Faraón y me convertí en la Gran esposa Real, la compañera de Horus Dorado aquí en la tierra y en el Más Allá. Isis divina bendijo mi manto para el bien de la tierra sagrada.

Las Dos Tierras quedaron unidas bajo su mando, hasta la hora oscura de la llegada de los invasores.

Entraron por el Este, con los vientos áridos de Seth, que les acompañaba. Así me los mostró Dyehuty[6] en la cúpula áurea del cielo de Anu[7]. Y su voz de Ibis chilló con la bandada que peregrinaba hacia el sur, un nombre nefasto que traería la desdicha a las tierras sagradas de Horus: Cambises.

Los guerreros bárbaros que no conocían el poder de nuestros dioses, habían avanzado por las llanuras del desierto y triunfaron en su hazaña. Atravesaron pues, las aguas del mar que separaba a Egipto de los reinos de Lidia y Babilonia, y se asentaron en nuestras tierras: en Iunet[8] y Sau[9], al otro lado del río.

Anjkaenra solicitó a los dioses la protección de Egipto, pero algo había sucedido que los dioses no le dieron la anhelada respuesta. Mi Señor amado había pasado toda la noche en vela ante el púlpito benemérito de Dyehuty. Repetidas ofrendas y libaciones había presentado ante la Enéada por el Shai de Egipto, pero ningún presente parecía propicio.

Apesadumbrado por la incertidumbre se decidió a la batalla; sabiendo sin embargo, que la suerte no le acompañaba. Armó a su ejército y enfundó sus fuertes brazos con los dorados brazaletes de Neith[10]; se consagró a ella y marchó hacia oriente. Eran sólo doce mil.

La víspera de su partida entré en la sala Hipóstila del shetyt[11], poco antes del amanecer. Vi su regia figura plantada en tierra como un árbol inconmovible. El aura radiante que lo rodeaba despedía ráfagas de luz; pues en aquel preciso instante, su alma estaba ardiendo en llamas.

-Mi querido esposo, -le dije atribulada- ¡no marchéis al combate! Pues los dioses no auguran para vos nada más que la muerte si vas en su busca.

Anjkaenra posó sobre mi rostro sus ojos benevolentes, acarició con su mano templada mis cabellos y luego, musitó:

-Señora de Egipto, ¡mi mejor amiga! Has sido el más grande regalo que los dioses puedan darle a un hombre. Nunca lo olvides, Neferure... siempre te quise.

De haber tenido otra elección, de seguro, mi Señor Anjkaenra hubiese evitado cualquier confrontación; pero los dioses habían puesto en sus manos las riendas de Egipto, porque conocían la infinita nobleza de su alma. Amón, El oculto y Ra poderoso ya sabían, porque para ellos nada era desconocido, que mi Señor jamás habría escapado a su destino.

Pero su marcha no sólo fue poco propicia; constituyó de hecho, el principal incidente que jalonaría en las estaciones sucesivas, la ruina que amenazaba la paz de Egipto.

Doce lunas retuvo Seth al Señor de Egipto tras las márgenes orientales del Duat. Larga y penosa fue la espera.

Así Thot, dios-luna me habló de lo porvenir. Sobre las márgenes del río caudaloso un ave moribunda luchaba por la vida contra el oleaje. Me acerqué hasta la orilla para ver si podía salvarla, pero mis esfuerzos fueron en vano. Era un halcón blanco, un ave magnífica. Cuando la recogí de las aguas el aliento del ba ya la había abandonado. Una parvada de gansos del Nilo voló sobre el cielo de Anu; no eran aves extrañas, sino muy queridas. Mas un milano[12] volaba delante de ellas. Y aquellas la perseguían con saña para destruir a Egipto y su gloria.

Los sacerdotes de Tebas se presentaron aquella noche en Palacio; tras ellos, los soldados del faraón cargaban el cuerpo sin vida de mi Señor. Los Sacerdotes demandaban un heredero; como Anjkaenra no me había dejado hijos, y su cuerpo venía enfundado entre sábanas de hilo, traspasado por la espada del enemigo, los Uab[13] imprecaban contra mí, a pesar de ser la hija legítima de Ankesemón.

Reunimos en asamblea a toda la Enéada y de ese modo, pedir consejo ante el ojo de Horus por el destino de Egipto. La luna –que es Thot- habló ante ellos. Y el Sustentador de toda la Ciencia se reflejó en la figura de la reina que está junto a Horus, con luz imperecedera. Los Uab marcharon cabizbajos, pues aquel augurio no era de su complacencia.

Cuando todos se marcharon preparé el cuerpo de Anjkaenra para los ritos solemnes. Y canté para él con la voz del Ibis Celeste, las Horas del recorrido de la barca mejenty de Ra, y los augurios de su viaje al eterno Amenti.

¡Oh, Aju Iqer![14]
Al igual que un gran Halcón de Oro
Emprendes el vuelo hacia el Cielo
He aquí la Luz deslumbrante
He aquí que realizas tu viaje
Entrarás en la morada de los dioses
Tu alma recorrerá el Más Allá como le plazca.

Doce días tardaron en entrar por los portales del Duat, los vencedores, enemigos de Egipto. Al frente de las gruesas tropas de bárbaros, venía el hombre cuyo Shai estaba guiado por Seth. Cambises entró en Palacio ufano de su victoria. Se presentó ante mi trono junto al de Anjkaenra, y en él tomó asiento, henchido de autocomplacencia. Se solazaba, el infiel, en acariciar con lívida codicia aquel asiento de oro y gemas destinado sólo a los dioses. No fui capaz de demostrarle abiertamente mi desprecio. La encomienda que Dyehuty me había entregado era de suma gravedad, y el enemigo había de sentirse en casa hasta el preciso momento de su caída; que ciertamente, llegaría por obra de los dioses.

En su lengua bárbara se dirigió a mí con excesiva arrogancia.
-Mi nombre es Cambises –dijo, –primogénito del rey Ciro. Tú has de ser sin duda, Neferure, viuda del faraón.

Me observó con minucioso escrúpulo, como si pretendiera memorizar cada detalle de mi persona. Su mirada orgullosa tembló ante mis ojos, sin embargo; pues no podía tolerar el poder de Thot e Isis, a mi diestra y siniestra.

-A partir de ahora, tú y tu pueblo a mí deberán toda cuenta y tributo, y este Palacio será mi reino.

-Egipto es una tierra sagrada y sus dioses no toleran gobiernos extraños –acoté severa. Cambises soltó una carcajada.

-Tus dioses no pudieron evitar la derrota de Anjkaenra. –Hizo una pausa recordando al caído, al enemigo honorable que le había hecho frente en la batalla. –Valiente fue sin duda, tu señor, Neferure. Pero ahora está muerto y con él todos tus dioses.

La tierra tembló por aquellas palabras. ¡Cuán poco sabía aquel hombre del destino que le había tocado en suerte, y del poder infinito de los dioses cuya tierra usurpaba!

El estremecimiento cesó, como un primer aviso para aquel que sufría la enfermedad de la soberbia.

Cambises quería tomarme por esposa. No presentó una solicitud, a la manera de los reyes de Lidia; que en anteriores épocas se aliaron con Egipto, y unieron sus casas a través de sus hijos. Éste hombre desconocía el decoro y la vergüenza. Era una verdadera plaga para Egipto.

Habían pasado siete meses desde que impuso su presencia en Anu y Tebas. Aunque sus habitaciones las había dispuesto en el ala anterior de Palacio, visitaba mis aposentos a cualquier hora del día, sin previo aviso; me observaba, aún cuando paseaba por las márgenes del Duat a entregar mis ofrendas a Dyehuty. Se había convertido en mi sombra. No obstante, su acoso, mantuve una serena contemplación; pues conocía que su día no estaba lejos. Evitaba su trato, así como Isis me había advertido.

Una tarde celebraba los rituales del aceite de las Noches del Nilo, que servían como protección de Isis divina contra la agresión del hombre. Cambises entró en mis aposentos, incitado por los aromas. Sus ojos febriles me miraban con una mezcla de espanto y admiración. No era a mí a quien miraban; era a la divina Isis, que a través de mí realizaba su obra.

Mientras vertía sobre la vasija de barro el aceite virgen previamente preparado, y molía las vainas de vainilla seca, Cambises se detuvo justo a mis espaldas. Sentía su respiración agitada. El aceite hervía en la vasija. Cambises sujetó mis muñecas, haciendo volver mi rostro violentamente. El mazo cayó de mis manos al suelo, derramando toda la vainilla a mis pies. Isis la divina protegía mi virtud.

-¡Mujer diabólica! ¿Qué conjuros y ensalmos malignos estás fraguando en mi contra? –gritaba fuera de sí. De pronto, me soltó. Miraba mis pupilas con el espanto en el semblante; su espíritu se llenó de un pavor inexplicable. –Yo he venido a ti –dijo, –porque eres hermosa, la mujer más hermosa que mis ojos han visto. He podido tenerte por la fuerza, pues soy el dueño de Egipto y ninguno de tus dioses pudo evitarlo. Pero hay en ti un misterio que a la vez, me espanta y me embelesa.

Súbitamente, Cambises se agazapó a mis pies, como ante Isis divina; implorando, con los ojos empañados. -¡Me convertiría en tu esclavo si quisieras! Si tan sólo me aceptaras con tu cuerpo y tu mirada cesara de arrojarme mudas imprecaciones y ese horrible desprecio.

Por vez primera sentí piedad hacia aquel monstruo de arrogancia. Pero casi al instante, recordé a mi Señor Anjkaenra; el hombre que a mis pies se postraba, rendido como un cordero al sacrificio, era el mismo que le había robado su ká. Por él, Anjkaenra, yo dije estas palabras.

-No podrás hallar en mí amor alguno, Cambises, porque tu propia mano empuñó la espada que lo mató.

El hijo de Ciro se levantó torpemente, se fue arrastrando el cuerpo lánguido hacia el portón; miraba el suelo a mis pies y murmuraba palabras que nunca comprendí.

Después de aquella tarde, el príncipe Persa mudó su estancia de Anu a Tebas. Los dioses poseen una cualidad asombrosa para hacer cumplir su voluntad.

Pero con aquella mudanza Egipto no estaba libre aún de la tiranía del invasor. La administración de Cambises resultó, como ya esperaba, un auténtico desastre para la economía de la tierra. Los primeros poblados al este del Duat comenzaron a levantarse y tras ellos, se sucedieron nuevas sublevaciones. Los Uab recurrieron a mi consejo para aplacar la violencia entre los fieles, pero Dyehuty me contuvo. Muchos de ellos habían ayudado al usurpador a destronar a Anjkaenra y no sentían verdadero respeto por Egipto, sólo el temor a ser asaltados los movía a recurrir a mi auxilio.

La turba era incontenible y muy pronto, se sublevaron en Tebas. Cambises tuvo verdaderas dificultades para someterles. Entonces, vio Thot, dios-luna, que era el momento de actuar. Y muy a su pesar, el sátrapa se vio obligado a solicitar mi arbitraje en la contingencia. Regresó a Anu una mañana, muy temprano, y pidió mi audiencia. Su actitud era distinta, parecía más noble de lo que en realidad era. Cuando le recibí frente a mi trono, no osó posar su pie sobre el estrado y su mirada no se levantaba más arriba de mis pies.

-Señora –dijo con aire turbado. Quizá comenzaba a comprender que su liderazgo era efímero. –Os ruego que intercedáis en esta contienda. Vuestros súbditos se han sublevado y es necesario recobrar la paz de Egipto.

Su tono era sincero y su actitud humilde, todo ello muestra de la mano de Amón que le había puesto a prueba.

Me levanté del trono y ordené a mi guardia real que preparara el carruaje. Por la tarde envié emisarios a Tebas y los hombres de Egipto supieron que la reina había salido de su cautiverio. Me vieron todos desfilar por la avenida de los reyes y a todos ellos, reunidos ante el templo dorado de Karnak, les di la palabra divina de Dyehuty.

-Hombres de la tierra sagrada. Nuevos tiempos han llegado para Egipto. Los que entraron en lugar de Horus no os despojarán jamás de vuestro lugar merecido junto a los dioses. Pero aquí, en el valle del generoso Nilo, hemos de continuar nuestra existencia. Los regentes se abrirán a vuestras demandas. Pero para que la palabra se cumpla, el campesino ha de volver al campo y el mercader a su tienda.

La palabra de Dyehuty llegó lejos, a uno y otro extremo del Alto y Bajo Egipto. Y, por algún tiempo, pudo contener a los hombres; que sin la intervención de los dioses, son como barcas indefensas a merced de los vientos.

Tiempo después, así como Thot me lo había mostrado sobre las tenues estelas del Duat, Cambises hubo de partir de Egipto. El rey persa, Ciro el grande, había muerto; y su primogénito, apremiado por la dolorosa pérdida y las distintas sublevaciones que se extendieron tras la muerte del rey, decidió abandonar Tebas al mandato de uno de sus oficiales. Pero estaba claro que Seth no le acompañaría en su viaje. En el camino, Cambises encontró la muerte; del mismo modo en que él se la había servido a sus enemigos. No hubo para él funerales solemnes. Los dioses extirparon de ese modo el mal que carcomía las entrañas de la tierra sagrada.

El pueblo de Egipto no toleraría más a lo invasores. Mis fieles soldados, así como los sacerdotes de Thot y Amón que controlaban a la masa en Tebas, fraguaron una estrategia para echar a los últimos comandos asentados en Egipto. Nadie reconocía su autoridad en todo el valle del Nilo. Anjkaenra hizo valer su mandato como hijo verdadero de Horus en mí, su devota sierva, Neferure.

Fue entonces cuando, una vez más, Thot me envió sus mensajes a través del cielo. Un ave de reluciente plumaje surcaba las planicies de Anu; venía volando desde el norte, y parecía que disfrutaba del aroma del trigo que subía desde los campos de Uaset[15]. Y en su vuelo, el ave, que era un fénix, me daba el presagio. Exhausto de la travesía, el hermoso pájaro de dorado plumaje posó sus patas en tierra sagrada; reclinó el cuello sobre la orilla y bebió del Duat con júbilo; regaló al viento su canto de armonía, pues estaba satisfecha. Entonces, saciada la sed que le atribulaba por el largo viaje, el fénix, sobre las ramas de un olivo, comenzó la labor de su morada.



EL NIÑO TIRANO. (Narrado por Iolaus)

En el espejo refulgente de los sueños vi su rostro austero y su talante de conquistador. Él venía a mí, pues no tenía más opción. Dormitaba en mi cueva cuando una extraña conmoción me despertó.

-¡Iolaus! Iolaus de Corinto, ¡acude, por merced!

Salí de mi refugio en la roca; el sol no había despuntado aún su cálida faz en el céfiro. El rostro del gran conquistador estaba frente a mí, agonizante de pena. No esperé pues, a que me la contara y le acompañé en el camino de vuelta a Tebas.

Una vez en Palacio, los soldados me llevaron junto al niño moribundo. Al verlo, mi corazón ardió de compasión; ¡era tan hermoso y lozano! , una alentadora promesa para el padre. Estreché aquella mano pequeña, atenazada por el frío de la muerte; ella y yo ya nos conocíamos y nos saludamos gratamente.

Le dije, con suavidad: -Vieja amiga, aquí estoy. Dime ¿por qué quieres llevarte en tu manto de tinieblas a este niño inocente?

Y ella, sonriendo como una gran dama, me respondió: -Éste no es un inocente, mi querido Iolaus. Este niño, cuya mano estrechas ahora y por cuyo dolor te compadeces tanto como su propio padre, algún día será un horrible tirano.

Acaricié la frente del niño y volví a decir en mi corazón a la vieja Muerte. -¡Señora! , si por tu mano quieres enderezar los destinos de los hombres, ¿no me permitirías, en tu vasta comprensión, hacerme cargo de la vida de éste? Y así corregir lo que está inacabado.

Ella meditó pausada mi requerimiento. No quería la gran maestra soltarle, pues le gustaba la tierna mocedad del hijo del poderoso. Pero al fin, respondió complaciente. -¡Te la daré, así como me la has pedido, mi buen Iolaus! Pero ten en cuenta que él quedará enteramente a tu encargo. –Y tornando su lívido rostro en turbia faz, lanzó una solemne advertencia-. Espero en verdad, que a partir de este momento no tengas que lamentarlo.

Pasó el padre la noche completamente en vela. Y el silencio corrió como una cortina entre nosotros. Agazapado a los pies de su hijo, el gran conquistador vio renacer la luz en sus pupilas. El alba había aparecido sobre las márgenes del río de la Vida.

Llorando inconsolable besó la frente del niño que le sonreía ahora, libre de su mal. Y murmuraba para el pequeño palabras en su lengua extranjera. De improviso, el rey aqueménida volvió los ojos bañados en gratitud hacia mí. En silencio se hincó en el suelo de rodillas y besó mi manto. Y me ofreció riquezas que no pude aceptar.

-¿Qué puedo darte –exclamó emocionado- para pagar tan grande favor?

-Nada necesito, gran Señor –respondí. –Pero si algo quieres ofrecerme a cambio, te pido entonces, la custodia de tu hijo, hacerme cargo de su educación sería para mí el más alto pago.

Darío sonrió satisfecho y exclamó con júbilo: -¡Mi hijo no podría encontrar mejor ayo!

Me dediqué en pleno a la educación de Jerjes. Era un muchacho robusto e impaciente, un hábil cazador. Pero mi tarea no sería fácil, consistiría en sembrar en su corazón inquieto el auténtico amor a la verdad.

Pronto, los nobles “parsas” quisieron enviarme a sus hijos por consejo de Darío. Y así nació una escuela. Darío había dispuesto la cede en Tebas; y mi tiempo se vio consumido en aquella magna labor, aunque mi corazón lamentaba una ausencia. Solía asomarme a las márgenes orientales del río y posaba allí mi mirada lánguida, en dirección a Heliópolis. ¡Qué extraña sensación revivía en mi alma al pensar en aquélla que me había devuelto la razón de vivir!





[1] Abydos
[2] Memphis
[3] El Nilo
[4] Elefantina
[5] El Destino
[6] El dios Thot
[7] Heliópolis
[8] Tentiris
[9] Sais
[10] Diosa egipcia de la guerra.
[11] El templo.
[12] El milano es el ave sagrada de Isis.
[13] Los Puros, así se llamaba en Egipto a los sacerdotes de Amón.
[14] Espíritu radiante, equipado para el viaje de la muerte.
[15] Hermontis.











*Imagen del templo místico de Abú Simbel, Egyptian Enigma cortesía de autor Andrew Annenbeg.

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