miércoles, 31 de marzo de 2021

Cómo vivir en la incertidumbre. Bitácora de un viaje infinito

 



Desde septiembre de 2020 emprendí un viaje fuera de mi isla bonita (Mallorca), como El Principito hacia otros reinos exteriores y desconocidos. No voy a narrar la historia de este largo viaje en un solo post; de hecho, no es mi intención contar la historia todavía por escrito. Sin embargo, hay momentos de este gran viaje que me gustaría compartir con todos, a través del blog.

Para situarnos en un espacio y un tiempo verosímiles, mi viaje inicia en plena pandemia mundial. En medio de un ambiente de caos y total desinformación que reina por doquier, en la mente del colectivo. Sin mencionar el miedo irracional a un personaje casi de ciencia ficción, como el virus llamado COVID. Tampoco es mi intención tocar aquí este tema tan sensible, sólo situar el viaje en un contexto que permita al lector comprender el drama en el que se desarrolla la historia de este viaje.  

La protagonista es una mujer adulta ya entrada en los cincuenta años, con algunas canas alrededor de las sienes que despiertan cierta perplejidad en quienes la conocen; puesto que contrastan notablemente con su rostro aniñado y su cuerpo menudo y ágil. Ella habla rápido varios idiomas, aunque asimila con lentitud. Pero posee una pronunciada percepción de las interacciones energéticas humanas; ella puede leer entre líneas lo no dicho, podría decirse que lee las mentes.

Socialmente, está etiquetada en un rango de bajo nivel adquisitivo; ha pasado muchos años en los que ha luchado por sobrevivir con trabajo y sueldos precarios, aunque de una u otra forma, el dinero siempre le llega por los caminos menos esperados y en el momento menos pensado.

Para el momento en que su viaje comienza ella no está en una relación sentimental con otra persona, excepto porque mantiene una conexión de amor platónico por escrito, con un chico unos veinticinco años más joven, que conoció un par de años atrás y que la cautivó desde el primer momento por la rotunda claridad y certidumbre de la visión que él le transmitió de la vida: un regreso a las raíces del contacto con la naturaleza y el respeto a los sistemas de ecología y auto-sustentabilidad.

Inspirada por este muchacho ella emprendió un proyecto de huertos comunitarios muy prometedor al principio; que paulatinamente, fue decayendo sumiéndola en una gran tristeza y obligándola a marcharse de su isla bonita hacia un destino incierto en Francia. Los meses pasan y ella sigue su camino; de Francia a Alemania. De allí a Chequia. Luego, a Italia y ahora de vuelta a Francia.

Se reencuentra con viejas amistades, encuentra en su camino nuevos rostros y nuevos retos. El mundo se abre a su paso, mientras ella lo observa con sus ojos llenos de magia y aventura. Ella cree que es capaz de lograr cualquier cosa; aunque por momentos, despierta llorando de su sueño.

Así, poco a poco, va saltando de una a otra ciudad, de una a otra nueva empresa; como si deshojara una flor laberíntica sin llegar todavía a su última estación. Ella toma decisiones difíciles de la noche a la mañana, en una fortuita habitación de hotel cerca del aeropuerto de Marsella, o la estación de tren en Génova.

En sólo una noche ella se entrega a su destino y, -como decía Baudelaire-, el mundo entero se rinde a los pies de los valientes. Ahora se encuentra viviendo parte de su sueño en una montaña francesa, frente al mar mediterráneo; durmiendo en una cabaña de madera, acunada por el canto de los sapitos de charco que anuncian una mañana llena de sol. Pues ya llegó la primavera.

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