viernes, 26 de febrero de 2021

CARTA PARA ROSEMARIE

 




Hace algunos días recordé mi primer viaje a Grecia. Anduve buscando las fotos de aquella experiencia tan hermosa en mi vida y me encontré inesperadamente con una carta; un mensaje que escribí a mi hermana Rosemarie, contándole las anécdotas de aquel viaje.

Me sorprendí de leer cada detalle del viaje, narrado como lo habría hecho Agatha Christie, sin el asunto crucial del suspenso y el crimen. Pero lo que más me sorprendió fue la nitidez de la memoria, de los detalles, de las sensaciones captadas, mejor de lo que lo habría hecho cualquier fotografía.

Fue realmente un regalo para mí el hallazgo de este mensaje; puesto que justo por aquellos días mi hermana –que en paz descanse-, habría celebrado su onomástico. Su ausencia es algo que todavía no soy capaz de definir; no imagino quién sería capaz de explicar cuánto se puede extrañar a alguien tan esencial en nuestra vida.

Precisamente por eso, para recordarla, pero también para reconectar con esa esencia de su hermosa alma, quiero reproducir aquí los detalles de aquella carta. Mi gratitud siempre al Eterno Retorno que la trajo de vuelta.

Hola mi hermana bella:

Estoy recién llegada de mis vacaciones a Grecia. ¡Fue maravilloso! Tengo unas fotos increíbles que voy a bajar a la computadora y te las voy a enviar para que veas qué hermoso es. Estoy tan contenta todavía que me alegro de que no se me haya pasado al volver aquí.

Te cuento cómo fue mi viaje: Llegué a Atenas, vía Zurich, el domingo a las 12 de la noche; debo decir que esos suizos son súper puntuales en los horarios de los vuelos, muy responsables y excelente servicio a bordo.

Yo había hecho una reserva en un buen hotel para cinco noches en Atenas, pero resulta que llegué a las 12 de la noche, y yo no contaba con que esa era una noche más; así que no tenía reserva para esa noche.

Pero el encargado, que se llamaba Antonio –un tipo muy simpático-, me ayudó a conseguir habitación en otro hotel cercano para esa misma noche. Fue súper amable. Pero el hotel en el que me consiguió la habitación resultó ser la Casa de los Monsters. Pasé la noche en vela, como te imaginarás. La calle de ese hotel, era la calle de Fredy Kruger. En fin, la primera noche en Atenas fue una odisea.

Por la mañana, muy temprano me levanté para dar un paseo por la ciudad y conocer la Acrópolis y el Ágora antigua. Me fui caminando por la misma calle del horror de la noche anterior, que por la mañana se había transformado en un mercado pakistaní.

La calle era un mercado que olía a especias. ¡Increíble, la transformación de la noche al día!

Ese domingo muy temprano, me fui con mi mapa en la mano caminando por las calles de Atenas. Había una luz impresionante, un sol deslumbrante y comenzaba a hacer calor. Llegué al Ágora romana primero, y La Torre de los vientos; restos arqueológicos de la época romana.

El barrio donde están estos monumentos es precioso; es el barrio de Plaka, la zona más antigua de Atenas. También hay un mercadillo en sus callejuelas, pero es más mediterráneo, más turístico también. Y hay un trenecito que pasea a los turistas por todo el recinto; como el trenecito del Parque del Este en Caracas, no sé si te acuerdas. Le hice una foto también para que lo veas.

Llegado el mediodía me subí a la Acrópolis para ver el Partenón y el Erecteón con las escultóricas Cariátides. Tomé miles de fotos. Es mágico ese lugar. Desde cualquier terraza de Atenas se puede contemplar la Acrópolis enclavada en lo alto de una colina. ¡Preciosa!

Antes de que se hiciera mediodía regresé a la Casa de los Monters para recoger mi maleta y cambiarme a mi hotel. La diferencia fue del día a la noche. Mi hotel, aunque de 3 estrellas era súper pulcro, todo pintadito bello. La habitación que me dieron estaba impecable. El baño súper amplio, con secador de pelo y todo. Y una terracita que daba a la Acrópolis, en la última planta.

¿Te imaginas cómo me sentía allí? ¡Súper cómoda y feliz! En una cama grandota, como la mía de Madrid, con sábanas que olían rico y una neverita. El suelo impecable; yo caminaba descalza y los pies nunca se me ensuciaban. ¡De lo mejor!

Después me fui a comer por el mismo barrio de Plaka, comida típica griega. Comí Mousaka. Le llaman así a una especie de polenta con papas, bechamel y verduras –creo que berenjenas-, que estaba para chuparse los dedos.

En el camino conocí un marchante uruguayo afincado en Atenas, muy simpático, que me invitaba cada vez que me veía. En el paseo por los alrededores vi varias iglesias ortodoxas. Son pequeñitas, muy coquetas; tomé también algunas fotos. Y vi, ahora más relajada, el Mercado de Plaka.

Por la noche llegué al hotel súper cansada. Me di una ducha y cené en un bar que me había recomendado el taxista que me llevó al hotel la noche anterior. Me pedí una ensalada griega con queso feta, tomates, aceitunas, cebollas moradas, pimientos y mucho aceite de oliva; (que en Grecia es puro 99% virgen), con unos lomitos de cerdo, hermana, ¡que estaban para chuparse los dedos! ¡Una cena deliciosa!

Comen muy bien los griegos, y son gente muy cariñosa y cercana. No me intentaron timar nunca y siempre me recomendaban cosas buenas. Yo me sentía bastante protegida, a pesar de que viajé sola. Todo el mundo en el hotel estaba súper pendiente de mí. Y cuando salía por ahí a pasear la gente me trataba con mucho cariño.

Esa segunda noche, como había caminado mucho y hacía mucho calor, estaba muy cansada y me acosté pronto, porque a la mañana siguiente tenía concertada una excursión para ir hasta el Cabo Sunión, a ver el Templo de Poseidón.

Pasarían a recogerme al mediodía, así que tenía tiempo para ir al Museo Arqueológico, que quería ver porque allí hay muchas piezas de arte clásico que me interesaba ver. Eran tres plantas enormes de grandes; me llevó toda la mañana recorrerlo. Y cuando llegué al hotel estaba extenuada.

El viaje al Cabo Sunión era cerquita, una media hora pasando por la Avenida del Pireo. El Templo de Poseidón es impresionante, está muy bien conservado. En la excursión había muchas personas que venían de Latinoamérica, sobretodo, argentinos.

Pero fue al día siguiente, en la excursión a Micenas y Archova donde conocí a un grupo de cuatro mujeres jubiladas; yo las llamé Las chicas de Oro; porque eran cuatro septuagenarias, cachondas, súper cómicas. Me reí muchísimo con ellas y sus historias. Venían de un viaje largo, desde Viena y Praga hasta Turquía, y habían dedicado los tres últimos días a visitar Grecia.

Íbamos en el autobús muertas de la risa. El paseo constaba de ir primero a Corinto, adonde vimos el Canal y la Antigua ciudad. Luego, una parada para hacer algunas fotos. Y pasamos por las antiguas Murallas de Tirinto, el Bosque de Dafne, ¡precioso! Y en camino hacia la tumba de Agamenón, el Tolo, como le llaman en Micenas.

Luego, vimos el Palacio; los restos que quedan y que están en lo alto de una colina en la ciudad de Archova, que es preciosa, hermana. Teníamos una guía muy amena, que hablaba perfectamente español y nos iba contando la historia de los reyes micénicos. También hicimos una visita al Museo de Micenas, pero allí no tienen muchas piezas.

Y finalmente, al teatro de Epidauro, en medio de la montaña; que todavía usan como escenario de obras de teatro y danza. Es un recinto inmenso, con un aforo de más de 20 mil personas.

Ese día nos dieron también el almuerzo incluido en el paseo. Y regresamos a Atenas temprano, antes de las 7 de la tarde. Así que me fui a dar una vuelta por el centro y me volví a encontrar con el uruguayo y unos amigos suyos. Me invitaron a sentarme con ellos y me quedé allí tomándome unas copas hasta tarde. Como me daba un poco de cague irme sola al hotel, uno de ellos fue súper caballeroso y me acompañó caminando hasta la puerta de mi hotel.

A la mañana siguiente tenía que levantarme otra vez, súper temprano, porque había concertado varios tours por los alrededores. Lo que quería conocer eran las ruinas de Delfos y allí nos llevaron en autocar; Esta vez no venían las Chicas de Oro, que ya se habían ido de regreso a Argentina.

El camino era más largo pero el paisaje valió la pena. ¡Bellísimo! Verde, lleno de bosques frondosos, en flor, montañoso. El norte de Grecia es más frondoso que el Sur, adonde fui el día anterior; que es más rocoso y seco.

En tres horas habíamos llegado a Naufplio, un precioso pueblo en la montaña. ¡Hermana, como de cuento! Con casitas de techos rojos y escalinatas empinadas, ¡era bellísimo! Lo que te diga es poco. Creo que tengo algunas fotos, porque allí no paramos. Pero la próxima vez que vaya a Grecia pienso quedarme allí un par de días, porque es bellísimo.

Luego, la excursión nos llevó al Templo de Apolo en Delfos. Es un recinto bastante más grande y mejor conservado aún que el Palacio de Micenas. Primero pasamos por la estrada o el Camino de las Procesiones que va en ascenso; pues el templo está enclavado en la montaña, en lo alto de un precipicio, y rodeado de árboles y laureles, el árbol de Apolo. ¡Impresionante, hermana!

Luego vimos el Tholos, que yo la verdad no lo vi muy claramente; estaba en la parte de debajo de la colina y hasta allí no llegaba la excursión. Pero sí que se podía ver desde el Templo y también el Thesauro de los atenienses; otro templete donde se guardaban las arcas de ofrendas, todo bastante bien conservado.

Y el Teatro; en casi todos los complejos religiosos había uno. Era también grande, pero no tanto como el de Epidauro. El Museo estaba muy cerca y tenía muchas más piezas que pertenecían al templo; todas las que los griegos pudieron salvar de la rapiña de los ingleses, los franceses, etc.

Después fuimos a comer a una posada súper bonita, rodeada de flores adelfas, con aire acondicionado, muy conveniente, porque el calor era tremendo. Y el menú era más rico que el del día anterior. Había mucha más comida. Un primer plato con queso griego frito, unos bollitos con carne de cordero, envueltos en una hoja amarga –ahora no me acuerdo cómo se llama-, con especias. ¡Qué sabroso! Ensalada griega y tres clases de postres.

En ese viaje conocí a una parejita de recién casados, de Jaén; y a una madre y su hija, que venían desde Zaragoza y estuvieron también en el tour del día anterior. Al final me quedé con ellas, comimos juntas y cuando el autocar nos llevó de regreso a Atenas, nos fuimos las tres a la colina de Lycavittos, a la que se sube en funicular.

Desde allí arriba se ve toda la ciudad de Atenas, ¡es preciosa la vista! En una terraza blanca te atienden unos mesoneros guapísimos. Nos comimos unos helados de pistacho, acompañado con jarabe de caramelo. En Grecia el pistacho es un producto muy rico, es pistacho autóctono de la Isla de Egina.

Fue toda una odisea subir las interminables escalinatas por la calle Plutarcho para llegar hasta el funicular. Al final de la velada regresamos a nuestros hoteles, y esa noche que era luna llena cené algo que me compré en un supermercado y me quedé viendo en la tele los viejos seriales de Who’s the boss y The Nanny. ¿¿Te acuerdas? Cómo me reí.

Ahora que me acuerdo de estos días me río un montón y me da gusto recordarlo, porque de verdad fue muy agradable.

El último día de excursión era a las Islas del Golfo Sarónico: Poros, Hydra y Egina. Fuimos primero, en autocar hasta el Puerto del Pireo, donde embarcamos en el ferry; te envío las fotos para que lo veas: tres plantas llenas de japoneses, chinos y las peruanas que conocí, que estaban también recorriendo Grecia de viaje, como las Chicas de Oro.

Pero aquellas venían desde Jerusalem y eran mucho mayores, de entre 70 y 80 años. Allí estaban las dos como dos robles en el barco, viajando por el mundo. Yo me apeé del barco con la más joven de las dos, Dina –que por casualidad, vive en Atlanta.

Estuvimos en Poros, hermana, y ella sólo quería comprar cosas. Yo me iba a pasear y a tomar fotos. El agua del mar era clarita, el puerto lleno de barcos, yates y turistas de todo el mundo. Una islita muy pequeña y muy coqueta.

La segunda Isla fue Hydra. Más grande. No tienen carros. El medio de transporte en Hydra son las mulas. Nos hicimos muchas fotos con Dina. Ella me hizo montones de fotos con su cámara y yo le di tu teléfono, para que te llame y las conozcas. Son muy lindas las dos viejitas.

En Hydra había un mercado súper bonito, alrededor de una iglesia ortodoxa, pequeñita: La Iglesia de San Jorge. Por dentro era preciosa; hice montones de fotos también. Había una torre pequeñita y un Museo que puedes ver en quince minutos. Yo me fui a ver el Museo antes de que zarpara el barco.

Luego, a bordo nos dieron la comida y hubo un show muy divertido con bailarines griegos. Tocaron la música de la película que tanto me gusta, Zorba el griego de Antony Queen. Después me fui a cubierta un buen rato. Me senté y me puse a contemplar el agua tan azul y tan limpia y las gaviotas volando muy cerquita del barco; casi podías tocarlas. ¡Era un espectáculo bellísimo!

En el horizonte se veía el perfil de las islas. Era un día muy claro; el cielo nítido y abierto. ¡Maravilloso! Y yo no me mareé ni me insolé. La gente estaba muy animada y relajada. ¡Todo el mundo era muy amable!

La última isla era Egina. Como es la más grande de las tres, te daban a elegir entre dos excursiones. Yo escogí la excursión clásica que lleva al templo de Afasia, una antigua diosa griega del mar. El recinto también está en buenas condiciones, pero la zona es árida.

Luego, te llevan por los campos de pistacho hasta la Iglesia de San Nectario, que es bastante grande y te hacen un recorrido por la tumba del Santo y los interiores de la Iglesia, que es bellísima.

El último día, como mi avión salía a las 2, me levante muy temprano porque todavía me quedaban muchas cosas que ver en Atenas. Quería ver el Museo de Arte cicládico, y dos Museos más que están en el centro de Atenas, en la zona de la plaza Syntagma. Me fui hasta allí y en tres horas me recorrí primero, el Museo Bizantino.

Luego, me fui al Museo de Benaki, que es una colección privada de distintas épocas: clásica, bizantina, romana, etc. Pero allí no te permiten tomar fotos y tampoco tenían un libro de la colección. Fue una pena porque me encantaría tenerlo. Aún me dio tiempo a hacer el recorrido completo por las dos plantas repletas de salas y obras maestras, entre 25 y 28 salas, más o menos.

Y finalmente, a eso de las 10 y media de la mañana entré en el Museo de Arte Cicládico; el edificio es precioso. Me pareció el más bonito y mejor conservado de los tres. Tiene cuatro plantas. Pero una de ellas estaba cerrada, la de arte de las islas cicládicas; lamentablemente no pude verla. Había también exposiciones de arte geométrico, arte clásico, vasijas áticas.

Y, en la última planta una exposición muy bien montada sobre la Vida Diaria en la Grecia Antigua, a partir de los restos arqueológicos. Había dos películas documentales en una sala oscura, con proyecciones de los dibujos de las vasijas clásicas. ¡Impresionantes! Vale la pena pasar allí un par de horas.

Salí de allí con el tiempo justo para recoger mi maleta en el hotel, irme en el metro hasta el aeropuerto y embarcar hacia Zurich. Éste ha sido el mejor viaje que he hecho hasta ahora, junto al de Israel. Pronto bajaré las fotos para que puedas verlas.

Creo que voy a volver, porque hay muchas cosas que todavía quiero ver; como los sitios de Kalambaka, Eleuisis y Meteora; el antiguo cementerio de Kerameikos y el Templo de Zeus Olímpico en Atenas, que no me dio tiempo de ir.

Un beso grande y todo mi cariño. Te recomiendo que hagas este viaje en cuanto puedas, hermana. Grecia es mucho más bella y mágica de lo que la gente dice. Es mucho mejor verlo personalmente que en las fotos de los libros, lo digo por experiencia; pues acabo de cumplir uno de mis más grandes sueños.

¡Te quiero mucho!

Aquí termina esta larga epístola de mi travesía por Grecia. Recordarlo a través de este mensaje a mi hermana fallecida ha sido indescriptiblemente emotivo para mí. He podido apreciar mejor las pinceladas con que mis palabras describieron aquel viaje y los buenos momentos vividos.

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miércoles, 24 de febrero de 2021

Del Mood o El Arte de Escribir

 


El arte de escribir es la cosa más milagrosa de cuantas el hombre ha imaginado. -Thomas Carlyle

En El Derecho a Escribir, Julia Cameron llama la atención acerca de ese perfeccionismo insidioso de algunos escritores -algunos otros, nunca yo-, que bloquea toda expresión creativa, toda espontaneidad, e imposibilita casi completamente que una nueva historia pueda llegar a  nacer.

Sólo queremos escribir, pero queremos escribir bien. Aunque no sabemos exactamente qué significa. Para algunos, escribir bien puede ser cómo-me-siento-el-día-de-hoy, es decir: con qué pie me levanté de la cama; a esa cualidad Cameron le llama mood. Es el humor (o mal humor) del artista. Pero escribir bien, no significa nada realmente.

Según el mood de cada día nos damos o no permiso para expresar al artista que vive dentro de cada uno. Admito que me siento identificada. Mayormente, en los últimos meses me he propuesto escribir cada día –todos los días-, al menos una hora. Si puedo, más. Esto implica casi siempre, tener algo qué decir.

Pero no es solamente el hecho de que el escritor se quede sin temas sobre los cuales narrar. El hecho mismo de crear una historia, por breve que esta sea, puede ser todo un reto. Y sí, esto depende mucho de mi mood.

Pero entonces, tengo que convencerme de una cosa; algo que no sé si Cameron ha dicho antes que yo. Sólo tengo que convencerme de que una vez que haya empezado a escribir, la excusa, -la resistencia, el parásito-, dará paso y simplemente, me estaré dando permiso de expresar lo que sea que quiera expresarse a través de mí. 

El mood puede variar tanto como el clima. El mood es de hecho, la manifestación del clima personal y emocional del escritor. Y si, ¿simplemente lo dejo ser, si solamente permito que suceda? ¿Acaso alguien puede impedir que llueva? Quizás entonces, algo interesante pueda surgir. Es cuestión de permitir.

Pero hay un requisito indispensable o dos, si somos un poco más meticulosos. El primero de ellos incuestionablemente es, apagar al sensor interior. ¡Nada de críticas! (ni autocríticas). Se trata simplemente de permitir que algo suceda, aunque todavía no sepamos qué es. Y el simple hecho de hacerlo puede llegar a ser toda una serendipia.

El segundo requisito es, dar rienda suelta al jaguar de lo inesperado, a esa imaginación sin límites que nos habita en lo recóndito de nuestro ser de escritor. Podemos sencillamente dejarle abierta una puerta trasera sin pretender nada, salvo que lo inesperado aparezca. Y cuando esto suceda, divertirse, jugar; como juegan los niños en la playa sobre la arena.

Mi mood  el día de hoy era nubarroso y se encontraba por cierto, bastante reticente. Estuve buscando mil excusas para no hacer, para evitar sentarme frente al ordenador y escribir estas letras. Pero tenía una cita previa, un compromiso que adquirí desde principios de año. Tengo el deseo y la intención de rescatar del olvido a ese niño que ama jugar en la arena, sacarlo a pasear todos los días y dejar que suceda lo que quiera suceder.

De modo, que llegué a un acuerdo tácito con mi mood: -Sí, ya sé que quieres mantener la hegemonía- le dije condescendiente-. Pero afortunadamente, la demanda del niño siempre es más fuerte y al dejar que las letras surjan sucede lo inesperado; casi siempre venzo al tedio y cede la resistencia del hábito pegajoso y negligente de no ser yo misma.

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viernes, 19 de febrero de 2021

MEMORIAS DE GRECIA


 

En el año 2008 hice mi primer viaje a Grecia, fue el primer reencuentro con la Antigüedad y un sueño cumplido de mi juventud. Desde que puedo recordar he sentido una profunda admiración por los antiguos griegos y las maravillosas expresiones de su arte, su cultura, filosofía, teatro…

Uno de mis primeros intentos frente a la máquina de escribir fue una novela corta acerca de la tragedia griega. Estaba en mi primer año de estudios de Arte, en la Universidad Central y la asignatura de Estética me había cautivado; era mi primer encuentro con el pensamiento griego y la belleza de las formas que este pensamiento dio a luz.

La novela breve tenía como marco la imagen de un cuadro que reposaba sobre la mesa del teléfono en la que fue la casa de mis padres en Venezuela. Era la imagen de Irene de Monet, una copia serigrafiada que llevaba varios años en la familia. Se trataba del retrato del perfil de una joven pelirroja; aquella mirada triste y angelical me contaba sus sueños desde una ventana.

Desde la ventana a través de la cual el personaje de aquella historia observaba su universo, un universo mítico, en la remota Creta. Entonces, vinieron los estudios de la historia de aquella isla mítica, la investigación de los dioses y de la mitología cretense; el Minotauro, el Laberinto. Y el hilo de Ariadna. Poco a poco, fue hilvanando la trama a través de los ojos de Irene. Así nació Las Columnas de Minos.

El resultado fue aún más trágico de lo que esperaba; era mi aventura en aquella antigua manera de narrar. Pero muy nueva para mí. Yo me dedicaba a explorar y a ensoñar a través de la niña pelirroja del cuadro, como si yo fuera ella y empezara a recordar mi procedencia. De hecho, años después de escribir el piloto retomé la historia y le di nuevos giros, desarrollé los personajes y me sumergí un poco más en el teatro griego. Leí a Sófocles, a Esquilo, Aristófanes

No buscaba ni pretendía nada más que contar lo que la niña pelirroja veía a través de su ventana, y resultó un largo periplo hasta la arcana Grecia. Todo lo mítico y heroico que permanecía dormido en los clásicos, comenzó a despertar en la historia y a hablarme. Yo realmente, buscaba adentrarme en ese universo mágico donde los dioses y los hombres todavía compartían la tierra.

Mi viaje a Grecia sucedió mucho tiempo después; pero aún persistían dentro de mí los ecos de aquella voces míticas: las del Minotauro herido en el laberinto y las de Arcadio –el protagonista de aquella historia-; un hombre que se encontró más allá en la convivencia con los dioses, sin traspasar el velo de la muerte.

La historia concluyó en tragedia como era de esperarse, pero algo traspasó ese límite y se convirtió en mito, como suele pasar en la historia griega. Y aunque no era mi intención, en mi viaje a Grecia vi lo que Irene estaba viendo a través de aquella ventana, con mis propios ojos: el amplio Egeo extendiendo sus brazos hacia el norte; la futura promesa de un nuevo libro años más tarde.

 

Me dediqué a pasear por Atenas como lo hizo Pericles en la Edad de Oro, orgulloso de ser parte de la polis más amada por el Olimpo. Contemplé sus valles y colinas con el inevitable eco de los héroes en las glorias de batallas pasadas. Admiré sus frisos y catacumbas sabiendo que allí debajo yacían los hijos de los dioses y los héroes.

Con reverencia, contemplé el Partenón cada noche desde la ventana de mi hotel, sabiéndole el testigo memorable de antiguas edades preclaras. Y la voz profunda de Sócrates despertando la consciencia de un pueblo joven y orgulloso. Así quería que fueran las memorias de Irene, como las impresiones que surgieron durante mi viaje.

Y otras más llegaron a iniciar un nuevo juego, con La Verdadera Historia de Atlante. Antiguos dioses griegos y semidioses creando nuevos mundos.

Volveré a Grecia antes de partir de este mundo, porque en Grecia comprendí que mi casa es la Tierra y que para los griegos –no importa si antiguos o nuevos-, si tu barco atraca en el Pireo, ya eres griego.

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miércoles, 17 de febrero de 2021

HOMERO Y LOS PERSONAJES DE LA TIERRA ARCANA

 



Crear una historia se puede comparar al oficio de tejer o de hilar algodón; es muy importante seguir la trama y no saltarse ningún punto. Por eso, a la exposición de los eventos de una historia se le conoce como trama narrativa. Si el escritor se pierde en la trama con seguridad también lo harán quienes lo leen. Y, aunque cierto grado de extravío es aceptable en toda historia, de todos los elementos de la trama el único que jamás se debe perder de vista es el personaje.

Mis primeras lecturas de la Ilíada sucedieron hace tanto tiempo que me resulta difícil recordar exactamente cuándo. Y sin embargo, me es imposible olvidar el efecto que sobre mí causaron los personajes principales; como Agamenón, Príamo, Héctor o Aquiles. Homero me cautivó por la rectitud e inmediatez con que sus personajes tocaron mi fibra sensible.

Fue inevitable entonces, que para reflejar el talante heroico de los personajes de la Trilogía de la Tierra Arcana tuviera que irme a beber de nuevo, de las fuentes de Homero. Y quedarme una y otra vez, prendada de la nobleza de un príncipe como Héctor, de la sagacidad de Ulises y la destreza inigualable de un soldado como Aquiles en la lid.

En gran medida, sus palabras y la manera en que todos ellos se expresan dan cuenta del carácter correspondiente a la talla de los eventos que cada uno de ellos tuvo que enfrentar. Su discurso y sus decisiones me enseñaron a comprender al héroe en el que quería reflejarlo y sobre cuyos hombros deseaba posicionar el mayor peso de la trama, que estaba en marcha.

Así nació el rey Atlante Pelayo.

Siempre prefiero que sean los mismos personajes quienes respondan a la inevitable cuestión: ¿quién es o quién era… Y en el caso de Atlante las presentaciones no serían más elocuentes que su propia historia. De allí, el título del primer libro. Su historia representa casi enteramente, a quién refiere. Pero de eso trataré en otro post.

Ahora me baste con señalar que Atlante fue la potencia que sentó precedente para las generaciones venideras en el universo al que fue destinado, la Isla Blanca. Y el coro de los personajes que lo rodean está contribuyendo enormemente en crear su leyenda hasta la más elevada estatura.

No podemos olvidar a la mano derecha, el fiel gran amigo de Atlante, el sabio Quirón; personaje que teje gran parte de los hilos fundamentales de esta historia. Sin un sabio como Quirón no sería posible crear un genio de la talla de nuestro protagonista. Quirón viene como ya muchos prevén, de la añeja mitología griega. Y aunque Homero no lo reseña en su aventura de Ilión, está claro que su pupilo más destacado es el héroe inmortal de Troya, Aquiles.

Aunque mi interés en Quirón era dejar la huella de su influencia en el temperamento valeroso de su amigo; del mismo modo que  la imprimió sobre Aquiles, jamás osaría comparar a la máquina de matar que fue éste con el rey valiente y bondadoso de La Verdadera Historia de Atlante. Por muchas razones. La primera y la más importante de ellas: mi amor por el personaje de esta historia me lo impide.

Atlante fue creciendo paso a paso a partir de su propio fuero y destreza; muchas veces sin la ayuda de su amigo Quirón. Y es que la historia que de él debía ser contada, es una leyenda de aventuras pero también de entrega. Una gran entrega.

Y en eso consiste su historia, que aquí no se pretende contar. Sólo dejar constancia del valor que precisó tanto para el personaje como para mí misma contarla, a través de los labios de su mejor amigo, el sabio centauro y maestro de Aquiles.  

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viernes, 12 de febrero de 2021

LOS ORIGENES DE ATLANTE

 


Hace ya muchos años que escribí el primer libro de la Trilogía de Arcana, La Verdadera Historia de Atlante. El primer borrador lo empecé hace más de 20 años, cuando casi nadie leía libros del género fantasía. De modo, que recuperar mis memorias no será tan fácil como a mí me gustaría, pero haré mi mejor esfuerzo.

Acababa de regresar a mi país natal Venezuela, después de 8 años de libertad en España –la libertad de vivir sin el insoportable agobio de la familia… Y un buen día decidí que quería sentarme a escribir, otra vez. En España me había leído ya una vez, el gran tomo de El Señor de los Anillos –obsequio de un amigo artista.

La lectura de Tolkien me cautivó como era de esperarse, sin previo aviso; la musa me empezó a susurrar al oído. Pero yo no estaba lista todavía para seguirla. Recuerdo que me limité solamente a tomar notas en mis sempiternos cuadernos de cabecera; los que he llevado desde hace cien años, antes de haber sabido siquiera que existía Julia Cameron.

Con cientos de apuntes y bosquejos aquí y allá y con muy poca experiencia para manejar tan grande empresa, no sólo decidí escribir decidí también esperar lo inesperado. Y como tiene que pasar cuando se dejan las puertas abiertas, toda clase de criaturas comenzaron a entrar desde remotas dimensiones.

Recuerdo que entre mis apuntes saltaban por todas partes bosquejos de dioses e historias de la Antigua Grecia¸ mi antiguo gran amor. Me fue de gran ayuda recuperar el volumen de la Ilíada de Homero y leerlo como quien se lee las noticias. Pero entonces, resultó que nuevas historias y personajes comenzaron a hablar y a saltar por todas partes, y yo ya no tenía suficientes dedos para contarlos y para estamparlos a todos contra las teclas de mi nuevo y flamante ordenador de escritorio.

La empresa como me temía, se volvió casi ingobernable. Aunque la historia ya estaba andando por sus propios pies, hubo momentos en los que no sabía hacia dónde me estaba dirigiendo; éste es un lugar común en casi todas mis obras. Aunado a ello se perfilaba una estimulante experiencia en mi vida, llena de novedad y promesas; empezaba mi trayecto por el camino de la meditación.

Esto pareciera poca cosa contado de esta manera, en tan sólo unos cuantos párrafos, y sin embargo, aquel momento de mi vida estaba rebosante de magia y misterio, como pocas veces se ha vuelto a repetir. Cuando se es joven e inocente, la vida siempre te sorprende.

Y la Musa también. ¡Bendita sea! Me trajo un enorme regalo: una orquesta o, más bien, una sinfonía de historias que todavía no terminan y que hablan de un hombre, un soberano que recorrió miles de mundos; de la amistad verdadera, y de la capacidad de seguir soñando, pase lo que pase. Así empezó La Verdadera Historia de Atlante.

Así empezó digo, y así sigue, porque la historia no acabó. Incluso, después de terminar el Tercer Libro. Todavía quedaba mucho que contar. Y todavía queda. La Trilogía resultó ser un momento de reencuentro con otros mundos que habitaban olvidados dentro de mí; como le debe de pasar a muchos escritores.

Atlante Pelayo dejó una huella imborrable en el campo de mi trayectoria como escritora. Fue un antes y un después. Después de la Primera Historia, ni yo ni el mundo volvimos a ser los mismos. Sobre el destino de Atlante prefiero dejar que cada lector lo descubra por sí mismo, entre las páginas del libro. Y aquellos que ya lo conocen pueden dejarme aquí sus parabienes.

En breve, saldrá la segunda edición.

Aquí te dejo el enlace al libro La Verdadera Historia de Atlante en Amazon.

También disponible en Lulu.com

En la próxima entrega les compartiré anécdotas de mi viaje a Grecia, y de cómo aquí reconocí la huella de Atlante.

 

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miércoles, 10 de febrero de 2021

DE LOS OTROS Y EL MAS ALLÁ

 



Éste es un tema que me ha apasionado toda la vida y como lo prometido es deuda me gustaría retomar una vez más, la temática de la otra vida y la otredad porque este tema está regresando a mi vida ahora con una nueva luz y es mi intención abordarlo con una nueva mirada.

El primero en sorprenderme con esta palabreja fue Octavio Paz. Allá por los años ochenta, cuando comenzaba a estudiar Bellas Artes en la Universidad Central en Venezuela. Un poco de recapitulación al respecto vendría bien aquí. Yo rondaba mis dieciocho y acababa de ser admitida para entrar en la Facultad de Humanidades en la Escuela de Artes.

Los cursos que más me cautivaron fueron los de Teatro con el gran maestro José Ignacio Cabrujas, recuerdo bien sus peroratas interminables acerca de encontrarnos con lo extraño en nosotros, la vocación todo actor. La lectura recomendada del libro Las Peras del Olmo, y El Arco y la Lira.

Sobre todo, este último causó un estallido de apertura de consciencia en mí. Allí me encontré con algo más que trabalenguas; nuevas ideas y un nuevo sentido para ver el mundo a través de las palabras. Ese descubrimiento fue mi primer encuentro con la otredad.

Esa búsqueda de lo Otro. Esa visión o descubrimiento de lo extraño en nosotros mismos, en nuestra creación; saber de repente, que hay algo más que la tangible manifestación de los sentidos, y que eso somos nosotros mismos.

Poesía, estupefacción, a veces terror…

Lo que vino después en mi vida fue el descubrimiento de ese Otro, ya no a través de la poesía sino a través de la quietud del diálogo silencioso de la meditación. Un nuevo descubrimiento entró en escena, y llegó para confrontarme con la experiencia del espejo de mis muchos yoes.

Podría decir que a través de esta nueva visión de la realidad que me encontré gracias a la práctica de la meditación tuve el deseo y la oportunidad de explorar nuevos mundos y buscarlos a través de la literatura fantástica.

Libros como La Trilogía de Arcana, La Verdadera Historia de Atlante, comenzaron a explorar estas nuevas ideas desde esa nueva ventana de la creación, mirando a través de los ojos del Otro que era yo misma. Una paradoja. Aquí me encontré con la muerte de mis personajes queridos, de una manera en la que no había sido capaz de abordarlo antes.

Y comprendí más cabalmente cómo es que incluso, cuando creamos algo nuevo, los artistas o escritores-, sólo estamos hablando de nosotros mismos. Pero ese conocimiento vino después.

A medida que avanzaba en mi meditación, escribía. En realidad, no sabía sobre qué estaba escribiendo, sólo presentía que una presencia completamente fresca y sin embargo, conocida se estaba asomando en los manuscritos. Lo Otro me estaba hablando desde adentro; y esta experiencia –como bien decía Octavio Paz-, puede ser aterradora.

La nueva mirada en la que me encuentro ahora observando esta Otredad, ya no se trata de la Muerte y el Renacimiento, –o Reencarnación. Tampoco está ya exclusivamente, orientada hacia el descubrimiento de emociones como la extrañeza. Ahora Lo Otro reaparece para decirme que en realidad, nunca ha existido un Otro.

Y esta es la más grande de las paradojas.

Quizás en el tercer libro de la Trilogía, Los Tiempos de Iuga -que tardé en escribir apenas nueve meses, todo un embarazo- allí sin siquiera proponérmelo, apareció este enigma dejándome incluso, a mí misma completamente perpleja.

Como siempre, yo no sabía lo que podría pasar, simplemente seguí el hilo que la Musa me tendía.

De esta última percepción de La Otredad no hay mucho más que pueda añadir, por ahora. Pero podríamos averiguarlo juntos y quizás escribir otro artículo.

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jueves, 4 de febrero de 2021

La Sacerdotisa de Thot - Novela sobre el Antiguo Egipto

 *


El presente artículo es una reposición de mi primer blog Egyptianights, publicado en Septiembre del año 2009. Con algunas modificaciones.

Nota: el enlace al libro de Ediciones Atlantis que se encuentra en aquel blog no es el libro actual. Ese libro fue descatalogado a partir de diciembre 2015, pero la editorial no lo ha dado de baja, con lo cual están incurriendo en delito; a partir del año 2015 los libros vendidos mediante Ediciones Atlantis no se han pagado a la autora original, que soy yo: Esperanza Theis. 

Por favor, NO compres a Ediciones Atlantis. Apoya a los autores independientes y compra la nueva edición de mi libro en Amazon, a través del siguiente enlace >>>>


Libro La Sacerdotisa de Thot. Esperanza Theis. Nueva Edición Enero 2021. Amazon Kindle


Sinopsis:

Una historia de amor y poder que entrelaza la historia, la magia y el misterio del Antiguo Egipto con la vida de grandes personajes como Pitágoras, Leonidas el Espartano y Darío el Grande.



COMENTARIOS SOBRE LA HISTORIA DE LA SACERDOTISA DE THOT.

¿De dónde surge la historia?

En principio, la historia comienza en el relato de las regresiones de Helena en “El Viaje”, otro proyecto que espero poder llevar a feliz término. Pero después me di cuenta de que esta historia constituía un argumento por sí misma. Era necesario documentarme sobre la época, las costumbres de pueblos tan diversos y sin embargo, tan cercanos como Egipto, Grecia y Persia. Hice un primer esbozo de los personajes principales y más adelante, descubrí que se entremezclaba la ficción con la realidad, es decir, con la historia. Aunque no siempre fui fiel a esta coincidencia, pues aunque me documenté todo cuanto pude acerca de los principales acontecimientos de la época en que varios capítulos discurren; no obstante, con frecuencia pasé por alto la precisión histórica con el único propósito de sacar partido del drama del personaje principal.

En el desarrollo del personaje principal, Neferure, la Sacerdotisa de Thot, quise poner de relieve sus facultades mágicas y mediadoras con el dios egipcio de la sabiduría; haciendo esto surgió en mi vida el recuerdo de cierto incidente que viví cuando estuve en Sevilla; con frecuencia me encontraba a mi paso alas de pájaros, de distintos tamaños y colores y solía recolectarlas y ponerlas en un jarrón, pues esto me agradaba. Comenté este hecho a varias personas, y una joven de apariencia bastante melancólica y hippie, me hizo la siguiente observación: “Te encontrabas esas alas porque tienes la facultad de comunicarte con los pájaros. ¿No recuerdas qué sucedía después?”.

Curiosamente, recuerdo que por esa época vivía en un ático, un refugio acogedor y entrañable en mis recuerdos, en la Calle Amparo. Una mañana de mercadillo bajé a la tienda de libros antiguos que había justo detrás de mi edificio y hurgando entre los miles de libros, subida a una escalera, encontré dos que atesoro en especial; uno de ellos era “El Lenguaje de los pájaros”. Y en él se menciona varias veces al dios Thot, un dios que siempre me atrajo. Es un libro al que he recurrido con frecuencia en mi vida, tanto para escribir, como para deleitarme con su narración; y del que también, y no por casualidad, surgió la primera historia de “El Viaje”, que tenía igual relación con mis experiencias extrasensoriales durante mi larga estancia en Sevilla; la famosa experiencia del viaje extracorporal que detallé al principio de aquella historia.

Así fue como Neferure adquirió sus cualidades: podía interpretar el lenguaje de los pájaros y ver presagios; y esto era así pues era una sacerdotisa del dios Ibis Thot que le había otorgado ese don. ¡Maravillosa cualidad! 

No sabía, como lo sé ahora que estoy leyendo más acerca de los griegos, que ésta era una práctica muy recurrida en la Grecia heroica; a la que a veces, me da por tildar de supersticiosa en exceso. Y, no por casualidad, encontré años más tarde en mi propia carta natal: “a kind of non verbal rapport with animals” (Cierto tipo de compatibilidad no verbal con los animales) Cosa que no puedo negar en absoluto. Mi inevitable atracción hacia los Griegos me ha llevado a descubrir las asombrosas coincidencias que existían entre sus prácticas mánticas y la sabiduría secreta de los sacerdotes egipcios. Estudié e indagué cuanto pude, pero está claro que esta sabiduría ya no se encuentra en los libros, así que no me quedó más remedio que echar mano de mi frugal imaginación; y agradezco a las Musas que pusieron en mis manos y en mi mente las palabras apropiadas, para describir lo que yo misma había experimentado en varias ocasiones en mi vida en Sevilla.

Aprendí que los sueños y los animales eran tan importantes para estos hombres animistas y rudimentarios que vivían a la copla de Homero, al que por demás admiro inmensamente. Introduje también los sueños, como medio de vinculación entre Iolaus y los dioses; porque conocía en parte esta práctica, y porque me intereso por el yoga de los sueños, y además, porque yo misma, mucho antes de conocerlas, ya había tenido varias experiencias oníricas patentemente lúcidas. Por ejemplo, La habilidad de Pitágoras para comunicarse con los elementos, como el río, es algo que leí y de lo que no tengo experiencia próxima; excepto con los árboles, pero en una esfera poética (y alucinógena, valdría aclarar).


¿Por qué, si me gustan tanto los griegos, y no tanto así los egipcios, escogí que la protagonista, Neferure, fuese egipcia y no griega?

(Actualización. En el momento en que escribí esta novela todavía no se me había revelado mi conexión profunda y espiritual con Egipto. Ahora esta conexión ya está clara y asentada.).

Esta elección no fue deliberada, pues como ya expliqué antes, el argumento en cuestión surgió de otra historia, “El Viaje”. Y para mantenerla y quizá porque me resultaba más convincente, la dejé fluir.

Neferure es un personaje formidable, por el que siento especial afecto. Los egipcios me agradan, pero es cierto que no tanto como los griegos. Así le pasaba a ella, porque sus disputas principalmente, eran con los miembros de su propio país, los intachables Uab; que no hallaban la manera de expulsarla del trono. Pero su amor está volcado hacia un extranjero; y lleva la “casualidad” que éste es precisamente, griego. Además, esta princesa y viuda real gobierna en un Egipto en decadencia. Es obvio que se esfuerza por conservar las sagradas enseñanzas, pero que ya en su propia tierra -a la que considera sagrada-, no existen hombres capaces de sustentarla. Tiene que llegar un extranjero para que los dioses depositen en él su reservorio; así se lo anuncia el mismo dios Thot.

¿Por qué incluí personajes tan destacados en la historia como Darío el Grande y el Rey Leonidas, el espartano, cuyas vidas se han vuelto leyendas?

Con el Rey de Persia Darío, al igual que con Ciro, su aparición en la historia me ayudaba a ubicarla en el espacio y el tiempo, me servían como medio para diagramar a mis personajes principales y la relevancia de sus roles en el drama. Esto es aún más patente cuando aparece Leonidas; y en especial Jerjes, el hijo de Darío. Tiene que pasar el tiempo, y aunque Iolaus ha vivido muchos años en Egipto, un motivo de fuerza mayor lo tiene que apartar de aquellos a quienes ama. Necesitaba a un personaje lo suficientemente grave como para retenerle, y con el que tuviera algún tipo de vínculo, más allá de lo político.

¿Existe algún riesgo de que estos personajes tan fuertes en la memoria histórica, puedan resultar desmembrados en la trama?

La relación que mantiene Iolaus con la joven Medea y su misma situación de esclavo, permanecen como indicios de una historia más profunda; y que incitan en el lector esa simpatía que acoge a este personaje cuando transcurre su tránsito por los pasajes de la muerte. Iolaus padece mucho antes de llegar a conocer a la Sacerdotisa de Thot. Esto es preciso para destacar de forma más dramática los contornos de su figura, en situaciones como su encuentro con el Rey Leonidas y su relación con la vieja Grecia; y el porqué se considera a sí mismo un traidor. Esto no obstante, me parece que procuré dejarlo bien claro.

No me preocupé demasiado en delinear la figura de un personaje como Leonidas, aunque sé que esta no ha sido una decisión correcta; porque me parecía lo suficientemente importante como para volverlo a destacar. Con decir que su muerte supuso la leyenda de la heroicidad espartana me pareció bastante, para que el lector sepa con quién se estaba enfrentando Iolaus. Asimismo, Darío El Grande tanto más que un personaje, resultó un recurso válido para resaltar la trascendencia del papel de mi protagonista en la trama, otorgándole una dimensión temporal y una trayectoria clara y creíble, a la hora de enfrentarnos con el otro personaje histórico que revela el punto álgido del drama de Iolaus, Jerjes.



DOS CAPÍTULOS DE LA SACERDOTISA DE THOT.

LA LLEGADA DE LOS PERSAS. (Narrado por Neferure)

Ankesemón (Ahmosé II) tenía tres hijos. Yo era su hija mayor, fruto de su unión con la reina Muk-Nefertari; y mi hermano menor, Sesostris III estaba destinado a suceder a mi padre en el trono de Egipto. Pero la mano de Ra obró por él. Sesostris pereció con tan sólo doce años, debido a una lesión de nacimiento en sus huesos. Así los dioses decidieron que la cabeza de Egipto sería la de otro hombre, hijo del faraón pero con otra mujer: Ami-Maaú, segunda concubina de mi padre. Su hijo era mi medio hermano, Psametiki III, Anjkaenra; el último Faraón de la casa de los Saítas.

El año Siderio, durante la estación de la crecida en el mes de Thot, mi medio hermano se convirtió en el Señor del Alto y Bajo Egipto y el radiante collar de Horus adornó su pecho valeroso. Los hombres de Tebas se postraron a sus pies; desde Abedyu[1] hasta Het-ka-Ptha[2]; desde la cuenca del Amduat[3] hasta los valles de Qeert[4]; cada hombre, niño y bestia besó sus pies dorados y pronunció grandes alabanzas a su nombre; porque su Shai[5] estaba unido al de su Señor, que era Uno con Egipto.

Anjkaenra me hizo su esposa bajo los auspicios de Horus el luminoso. Así pues, yo dejé de ser la Hija del Faraón y me convertí en la Gran esposa Real, la compañera de Horus Dorado aquí en la tierra y en el Más Allá. Isis divina bendijo mi manto para el bien de la tierra sagrada.

Las Dos Tierras quedaron unidas bajo su mando, hasta la hora oscura de la llegada de los invasores.

Entraron por el Este, con los vientos áridos de Seth, que les acompañaba. Así me los mostró Dyehuty[6] en la cúpula áurea del cielo de Anu[7]. Y su voz de Ibis chilló con la bandada que peregrinaba hacia el sur, un nombre nefasto que traería la desdicha a las tierras sagradas de Horus: Cambises.

Los guerreros bárbaros que no conocían el poder de nuestros dioses, habían avanzado por las llanuras del desierto y triunfaron en su hazaña. Atravesaron pues, las aguas del mar que separaba a Egipto de los reinos de Lidia y Babilonia, y se asentaron en nuestras tierras: en Iunet[8] y Sau[9], al otro lado del río.

Anjkaenra solicitó a los dioses la protección de Egipto, pero algo había sucedido que los dioses no le dieron la anhelada respuesta. Mi Señor amado había pasado toda la noche en vela ante el púlpito benemérito de Dyehuty. Repetidas ofrendas y libaciones había presentado ante la Enéada por el Shai de Egipto, pero ningún presente parecía propicio.

Apesadumbrado por la incertidumbre se decidió a la batalla; sabiendo sin embargo, que la suerte no le acompañaba. Armó a su ejército y enfundó sus fuertes brazos con los dorados brazaletes de Neith[10]; se consagró a ella y marchó hacia oriente. Eran sólo doce mil.

La víspera de su partida entré en la sala Hipóstila del shetyt[11], poco antes del amanecer. Vi su regia figura plantada en tierra como un árbol inconmovible. El aura radiante que lo rodeaba despedía ráfagas de luz; pues en aquel preciso instante, su alma estaba ardiendo en llamas.

-Mi querido esposo, -le dije atribulada- ¡no marchéis al combate! Pues los dioses no auguran para vos nada más que la muerte si vas en su busca.

Anjkaenra posó sobre mi rostro sus ojos benevolentes, acarició con su mano templada mis cabellos y luego, musitó:

-Señora de Egipto, ¡mi mejor amiga! Has sido el más grande regalo que los dioses puedan darle a un hombre. Nunca lo olvides, Neferure... siempre te quise.

De haber tenido otra elección, de seguro, mi Señor Anjkaenra hubiese evitado cualquier confrontación; pero los dioses habían puesto en sus manos las riendas de Egipto, porque conocían la infinita nobleza de su alma. Amón, El oculto y Ra poderoso ya sabían, porque para ellos nada era desconocido, que mi Señor jamás habría escapado a su destino.

Pero su marcha no sólo fue poco propicia; constituyó de hecho, el principal incidente que jalonaría en las estaciones sucesivas, la ruina que amenazaba la paz de Egipto.

Doce lunas retuvo Seth al Señor de Egipto tras las márgenes orientales del Duat. Larga y penosa fue la espera.

Así Thot, dios-luna me habló de lo porvenir. Sobre las márgenes del río caudaloso un ave moribunda luchaba por la vida contra el oleaje. Me acerqué hasta la orilla para ver si podía salvarla, pero mis esfuerzos fueron en vano. Era un halcón blanco, un ave magnífica. Cuando la recogí de las aguas el aliento del ba ya la había abandonado. Una parvada de gansos del Nilo voló sobre el cielo de Anu; no eran aves extrañas, sino muy queridas. Mas un milano[12] volaba delante de ellas. Y aquellas la perseguían con saña para destruir a Egipto y su gloria.

Los sacerdotes de Tebas se presentaron aquella noche en Palacio; tras ellos, los soldados del faraón cargaban el cuerpo sin vida de mi Señor. Los Sacerdotes demandaban un heredero; como Anjkaenra no me había dejado hijos, y su cuerpo venía enfundado entre sábanas de hilo, traspasado por la espada del enemigo, los Uab[13] imprecaban contra mí, a pesar de ser la hija legítima de Ankesemón.

Reunimos en asamblea a toda la Enéada y de ese modo, pedir consejo ante el ojo de Horus por el destino de Egipto. La luna –que es Thot- habló ante ellos. Y el Sustentador de toda la Ciencia se reflejó en la figura de la reina que está junto a Horus, con luz imperecedera. Los Uab marcharon cabizbajos, pues aquel augurio no era de su complacencia.

Cuando todos se marcharon preparé el cuerpo de Anjkaenra para los ritos solemnes. Y canté para él con la voz del Ibis Celeste, las Horas del recorrido de la barca mejenty de Ra, y los augurios de su viaje al eterno Amenti.

¡Oh, Aju Iqer![14]
Al igual que un gran Halcón de Oro
Emprendes el vuelo hacia el Cielo
He aquí la Luz deslumbrante
He aquí que realizas tu viaje
Entrarás en la morada de los dioses
Tu alma recorrerá el Más Allá como le plazca.

Doce días tardaron en entrar por los portales del Duat, los vencedores, enemigos de Egipto. Al frente de las gruesas tropas de bárbaros, venía el hombre cuyo Shai estaba guiado por Seth. Cambises entró en Palacio ufano de su victoria. Se presentó ante mi trono junto al de Anjkaenra, y en él tomó asiento, henchido de autocomplacencia. Se solazaba, el infiel, en acariciar con lívida codicia aquel asiento de oro y gemas destinado sólo a los dioses. No fui capaz de demostrarle abiertamente mi desprecio. La encomienda que Dyehuty me había entregado era de suma gravedad, y el enemigo había de sentirse en casa hasta el preciso momento de su caída; que ciertamente, llegaría por obra de los dioses.

En su lengua bárbara se dirigió a mí con excesiva arrogancia.
-Mi nombre es Cambises –dijo, –primogénito del rey Ciro. Tú has de ser sin duda, Neferure, viuda del faraón.

Me observó con minucioso escrúpulo, como si pretendiera memorizar cada detalle de mi persona. Su mirada orgullosa tembló ante mis ojos, sin embargo; pues no podía tolerar el poder de Thot e Isis, a mi diestra y siniestra.

-A partir de ahora, tú y tu pueblo a mí deberán toda cuenta y tributo, y este Palacio será mi reino.

-Egipto es una tierra sagrada y sus dioses no toleran gobiernos extraños –acoté severa. Cambises soltó una carcajada.

-Tus dioses no pudieron evitar la derrota de Anjkaenra. –Hizo una pausa recordando al caído, al enemigo honorable que le había hecho frente en la batalla. –Valiente fue sin duda, tu señor, Neferure. Pero ahora está muerto y con él todos tus dioses.

La tierra tembló por aquellas palabras. ¡Cuán poco sabía aquel hombre del destino que le había tocado en suerte, y del poder infinito de los dioses cuya tierra usurpaba!

El estremecimiento cesó, como un primer aviso para aquel que sufría la enfermedad de la soberbia.

Cambises quería tomarme por esposa. No presentó una solicitud, a la manera de los reyes de Lidia; que en anteriores épocas se aliaron con Egipto, y unieron sus casas a través de sus hijos. Éste hombre desconocía el decoro y la vergüenza. Era una verdadera plaga para Egipto.

Habían pasado siete meses desde que impuso su presencia en Anu y Tebas. Aunque sus habitaciones las había dispuesto en el ala anterior de Palacio, visitaba mis aposentos a cualquier hora del día, sin previo aviso; me observaba, aún cuando paseaba por las márgenes del Duat a entregar mis ofrendas a Dyehuty. Se había convertido en mi sombra. No obstante, su acoso, mantuve una serena contemplación; pues conocía que su día no estaba lejos. Evitaba su trato, así como Isis me había advertido.

Una tarde celebraba los rituales del aceite de las Noches del Nilo, que servían como protección de Isis divina contra la agresión del hombre. Cambises entró en mis aposentos, incitado por los aromas. Sus ojos febriles me miraban con una mezcla de espanto y admiración. No era a mí a quien miraban; era a la divina Isis, que a través de mí realizaba su obra.

Mientras vertía sobre la vasija de barro el aceite virgen previamente preparado, y molía las vainas de vainilla seca, Cambises se detuvo justo a mis espaldas. Sentía su respiración agitada. El aceite hervía en la vasija. Cambises sujetó mis muñecas, haciendo volver mi rostro violentamente. El mazo cayó de mis manos al suelo, derramando toda la vainilla a mis pies. Isis la divina protegía mi virtud.

-¡Mujer diabólica! ¿Qué conjuros y ensalmos malignos estás fraguando en mi contra? –gritaba fuera de sí. De pronto, me soltó. Miraba mis pupilas con el espanto en el semblante; su espíritu se llenó de un pavor inexplicable. –Yo he venido a ti –dijo, –porque eres hermosa, la mujer más hermosa que mis ojos han visto. He podido tenerte por la fuerza, pues soy el dueño de Egipto y ninguno de tus dioses pudo evitarlo. Pero hay en ti un misterio que a la vez, me espanta y me embelesa.

Súbitamente, Cambises se agazapó a mis pies, como ante Isis divina; implorando, con los ojos empañados. -¡Me convertiría en tu esclavo si quisieras! Si tan sólo me aceptaras con tu cuerpo y tu mirada cesara de arrojarme mudas imprecaciones y ese horrible desprecio.

Por vez primera sentí piedad hacia aquel monstruo de arrogancia. Pero casi al instante, recordé a mi Señor Anjkaenra; el hombre que a mis pies se postraba, rendido como un cordero al sacrificio, era el mismo que le había robado su ká. Por él, Anjkaenra, yo dije estas palabras.

-No podrás hallar en mí amor alguno, Cambises, porque tu propia mano empuñó la espada que lo mató.

El hijo de Ciro se levantó torpemente, se fue arrastrando el cuerpo lánguido hacia el portón; miraba el suelo a mis pies y murmuraba palabras que nunca comprendí.

Después de aquella tarde, el príncipe Persa mudó su estancia de Anu a Tebas. Los dioses poseen una cualidad asombrosa para hacer cumplir su voluntad.

Pero con aquella mudanza Egipto no estaba libre aún de la tiranía del invasor. La administración de Cambises resultó, como ya esperaba, un auténtico desastre para la economía de la tierra. Los primeros poblados al este del Duat comenzaron a levantarse y tras ellos, se sucedieron nuevas sublevaciones. Los Uab recurrieron a mi consejo para aplacar la violencia entre los fieles, pero Dyehuty me contuvo. Muchos de ellos habían ayudado al usurpador a destronar a Anjkaenra y no sentían verdadero respeto por Egipto, sólo el temor a ser asaltados los movía a recurrir a mi auxilio.

La turba era incontenible y muy pronto, se sublevaron en Tebas. Cambises tuvo verdaderas dificultades para someterles. Entonces, vio Thot, dios-luna, que era el momento de actuar. Y muy a su pesar, el sátrapa se vio obligado a solicitar mi arbitraje en la contingencia. Regresó a Anu una mañana, muy temprano, y pidió mi audiencia. Su actitud era distinta, parecía más noble de lo que en realidad era. Cuando le recibí frente a mi trono, no osó posar su pie sobre el estrado y su mirada no se levantaba más arriba de mis pies.

-Señora –dijo con aire turbado. Quizá comenzaba a comprender que su liderazgo era efímero. –Os ruego que intercedáis en esta contienda. Vuestros súbditos se han sublevado y es necesario recobrar la paz de Egipto.

Su tono era sincero y su actitud humilde, todo ello muestra de la mano de Amón que le había puesto a prueba.

Me levanté del trono y ordené a mi guardia real que preparara el carruaje. Por la tarde envié emisarios a Tebas y los hombres de Egipto supieron que la reina había salido de su cautiverio. Me vieron todos desfilar por la avenida de los reyes y a todos ellos, reunidos ante el templo dorado de Karnak, les di la palabra divina de Dyehuty.

-Hombres de la tierra sagrada. Nuevos tiempos han llegado para Egipto. Los que entraron en lugar de Horus no os despojarán jamás de vuestro lugar merecido junto a los dioses. Pero aquí, en el valle del generoso Nilo, hemos de continuar nuestra existencia. Los regentes se abrirán a vuestras demandas. Pero para que la palabra se cumpla, el campesino ha de volver al campo y el mercader a su tienda.

La palabra de Dyehuty llegó lejos, a uno y otro extremo del Alto y Bajo Egipto. Y, por algún tiempo, pudo contener a los hombres; que sin la intervención de los dioses, son como barcas indefensas a merced de los vientos.

Tiempo después, así como Thot me lo había mostrado sobre las tenues estelas del Duat, Cambises hubo de partir de Egipto. El rey persa, Ciro el grande, había muerto; y su primogénito, apremiado por la dolorosa pérdida y las distintas sublevaciones que se extendieron tras la muerte del rey, decidió abandonar Tebas al mandato de uno de sus oficiales. Pero estaba claro que Seth no le acompañaría en su viaje. En el camino, Cambises encontró la muerte; del mismo modo en que él se la había servido a sus enemigos. No hubo para él funerales solemnes. Los dioses extirparon de ese modo el mal que carcomía las entrañas de la tierra sagrada.

El pueblo de Egipto no toleraría más a lo invasores. Mis fieles soldados, así como los sacerdotes de Thot y Amón que controlaban a la masa en Tebas, fraguaron una estrategia para echar a los últimos comandos asentados en Egipto. Nadie reconocía su autoridad en todo el valle del Nilo. Anjkaenra hizo valer su mandato como hijo verdadero de Horus en mí, su devota sierva, Neferure.

Fue entonces cuando, una vez más, Thot me envió sus mensajes a través del cielo. Un ave de reluciente plumaje surcaba las planicies de Anu; venía volando desde el norte, y parecía que disfrutaba del aroma del trigo que subía desde los campos de Uaset[15]. Y en su vuelo, el ave, que era un fénix, me daba el presagio. Exhausto de la travesía, el hermoso pájaro de dorado plumaje posó sus patas en tierra sagrada; reclinó el cuello sobre la orilla y bebió del Duat con júbilo; regaló al viento su canto de armonía, pues estaba satisfecha. Entonces, saciada la sed que le atribulaba por el largo viaje, el fénix, sobre las ramas de un olivo, comenzó la labor de su morada.



EL NIÑO TIRANO. (Narrado por Iolaus)

En el espejo refulgente de los sueños vi su rostro austero y su talante de conquistador. Él venía a mí, pues no tenía más opción. Dormitaba en mi cueva cuando una extraña conmoción me despertó.

-¡Iolaus! Iolaus de Corinto, ¡acude, por merced!

Salí de mi refugio en la roca; el sol no había despuntado aún su cálida faz en el céfiro. El rostro del gran conquistador estaba frente a mí, agonizante de pena. No esperé pues, a que me la contara y le acompañé en el camino de vuelta a Tebas.

Una vez en Palacio, los soldados me llevaron junto al niño moribundo. Al verlo, mi corazón ardió de compasión; ¡era tan hermoso y lozano! , una alentadora promesa para el padre. Estreché aquella mano pequeña, atenazada por el frío de la muerte; ella y yo ya nos conocíamos y nos saludamos gratamente.

Le dije, con suavidad: -Vieja amiga, aquí estoy. Dime ¿por qué quieres llevarte en tu manto de tinieblas a este niño inocente?

Y ella, sonriendo como una gran dama, me respondió: -Éste no es un inocente, mi querido Iolaus. Este niño, cuya mano estrechas ahora y por cuyo dolor te compadeces tanto como su propio padre, algún día será un horrible tirano.

Acaricié la frente del niño y volví a decir en mi corazón a la vieja Muerte. -¡Señora! , si por tu mano quieres enderezar los destinos de los hombres, ¿no me permitirías, en tu vasta comprensión, hacerme cargo de la vida de éste? Y así corregir lo que está inacabado.

Ella meditó pausada mi requerimiento. No quería la gran maestra soltarle, pues le gustaba la tierna mocedad del hijo del poderoso. Pero al fin, respondió complaciente. -¡Te la daré, así como me la has pedido, mi buen Iolaus! Pero ten en cuenta que él quedará enteramente a tu encargo. –Y tornando su lívido rostro en turbia faz, lanzó una solemne advertencia-. Espero en verdad, que a partir de este momento no tengas que lamentarlo.

Pasó el padre la noche completamente en vela. Y el silencio corrió como una cortina entre nosotros. Agazapado a los pies de su hijo, el gran conquistador vio renacer la luz en sus pupilas. El alba había aparecido sobre las márgenes del río de la Vida.

Llorando inconsolable besó la frente del niño que le sonreía ahora, libre de su mal. Y murmuraba para el pequeño palabras en su lengua extranjera. De improviso, el rey aqueménida volvió los ojos bañados en gratitud hacia mí. En silencio se hincó en el suelo de rodillas y besó mi manto. Y me ofreció riquezas que no pude aceptar.

-¿Qué puedo darte –exclamó emocionado- para pagar tan grande favor?

-Nada necesito, gran Señor –respondí. –Pero si algo quieres ofrecerme a cambio, te pido entonces, la custodia de tu hijo, hacerme cargo de su educación sería para mí el más alto pago.

Darío sonrió satisfecho y exclamó con júbilo: -¡Mi hijo no podría encontrar mejor ayo!

Me dediqué en pleno a la educación de Jerjes. Era un muchacho robusto e impaciente, un hábil cazador. Pero mi tarea no sería fácil, consistiría en sembrar en su corazón inquieto el auténtico amor a la verdad.

Pronto, los nobles “parsas” quisieron enviarme a sus hijos por consejo de Darío. Y así nació una escuela. Darío había dispuesto la cede en Tebas; y mi tiempo se vio consumido en aquella magna labor, aunque mi corazón lamentaba una ausencia. Solía asomarme a las márgenes orientales del río y posaba allí mi mirada lánguida, en dirección a Heliópolis. ¡Qué extraña sensación revivía en mi alma al pensar en aquélla que me había devuelto la razón de vivir!





[1] Abydos
[2] Memphis
[3] El Nilo
[4] Elefantina
[5] El Destino
[6] El dios Thot
[7] Heliópolis
[8] Tentiris
[9] Sais
[10] Diosa egipcia de la guerra.
[11] El templo.
[12] El milano es el ave sagrada de Isis.
[13] Los Puros, así se llamaba en Egipto a los sacerdotes de Amón.
[14] Espíritu radiante, equipado para el viaje de la muerte.
[15] Hermontis.











*Imagen del templo místico de Abú Simbel, Egyptian Enigma cortesía de autor Andrew Annenbeg.

Diciéndole NO a la vida

"Nada te impide imaginarte a ti mismo inmortal y capaz de conocerlo todo". -Mystery Human Consciousness. Llevo una semana tomando ...