Para situarnos en un espacio y un tiempo verosímiles, mi viaje inicia en plena pandemia mundial. En medio de un
ambiente de caos y total desinformación que reina por doquier, en la mente del
colectivo. Sin mencionar el miedo irracional a un personaje casi de ciencia
ficción, como el virus llamado COVID.
Tampoco es mi intención tocar aquí este tema tan sensible, sólo situar el viaje en un contexto que permita al
lector comprender el drama en el que se desarrolla la historia de este viaje.
La protagonista es una mujer adulta ya entrada en los
cincuenta años, con algunas canas alrededor de las sienes que despiertan cierta
perplejidad en quienes la conocen; puesto que contrastan notablemente con su
rostro aniñado y su cuerpo menudo y ágil. Ella habla rápido varios idiomas,
aunque asimila con lentitud. Pero posee una pronunciada percepción de las
interacciones energéticas humanas; ella puede leer entre líneas lo no dicho,
podría decirse que lee las mentes.
Socialmente, está etiquetada en
un rango de bajo nivel adquisitivo; ha pasado muchos años en los
que ha luchado por sobrevivir con trabajo y sueldos precarios, aunque de una u
otra forma, el dinero siempre le llega por los caminos menos esperados y en el
momento menos pensado.
Para el momento en que su viaje comienza ella no está en una
relación sentimental con otra persona, excepto porque mantiene una conexión de
amor platónico por escrito, con un chico unos veinticinco años más joven, que
conoció un par de años atrás y que la cautivó desde el primer momento por la
rotunda claridad y certidumbre de la visión que él le transmitió de la vida: un
regreso a las raíces del contacto con la naturaleza y el respeto a los sistemas
de ecología y auto-sustentabilidad.
Inspirada por este muchacho ella
emprendió un proyecto de huertos comunitarios muy prometedor al principio; que paulatinamente, fue decayendo
sumiéndola en una gran tristeza y obligándola a marcharse de su isla bonita
hacia un destino incierto en Francia. Los meses pasan y ella sigue su camino; de Francia a Alemania. De allí a Chequia. Luego, a Italia y ahora de vuelta a
Francia.
Se reencuentra con viejas
amistades, encuentra en su camino nuevos rostros y nuevos retos. El mundo se
abre a su paso, mientras ella lo observa con sus ojos llenos de magia y
aventura. Ella cree que es capaz de lograr cualquier cosa; aunque por momentos,
despierta llorando de su sueño.
Así, poco a poco, va saltando de
una a otra ciudad, de una a otra nueva empresa; como si deshojara una flor
laberíntica sin llegar todavía a su última estación. Ella toma decisiones
difíciles de la noche a la mañana, en una fortuita habitación de hotel cerca
del aeropuerto de Marsella, o la estación de tren en Génova.
En sólo una noche ella se entrega
a su destino y, -como decía Baudelaire-,
el mundo entero se rinde a los pies de los
valientes. Ahora se encuentra viviendo parte de su sueño en una montaña
francesa, frente al mar mediterráneo; durmiendo en una cabaña de madera,
acunada por el canto de los sapitos de charco que anuncian una mañana llena de
sol. Pues ya llegó la primavera.
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