miércoles, 31 de marzo de 2021

Cómo vivir en la incertidumbre. Bitácora de un viaje infinito

 



Desde septiembre de 2020 emprendí un viaje fuera de mi isla bonita (Mallorca), como El Principito hacia otros reinos exteriores y desconocidos. No voy a narrar la historia de este largo viaje en un solo post; de hecho, no es mi intención contar la historia todavía por escrito. Sin embargo, hay momentos de este gran viaje que me gustaría compartir con todos, a través del blog.

Para situarnos en un espacio y un tiempo verosímiles, mi viaje inicia en plena pandemia mundial. En medio de un ambiente de caos y total desinformación que reina por doquier, en la mente del colectivo. Sin mencionar el miedo irracional a un personaje casi de ciencia ficción, como el virus llamado COVID. Tampoco es mi intención tocar aquí este tema tan sensible, sólo situar el viaje en un contexto que permita al lector comprender el drama en el que se desarrolla la historia de este viaje.  

La protagonista es una mujer adulta ya entrada en los cincuenta años, con algunas canas alrededor de las sienes que despiertan cierta perplejidad en quienes la conocen; puesto que contrastan notablemente con su rostro aniñado y su cuerpo menudo y ágil. Ella habla rápido varios idiomas, aunque asimila con lentitud. Pero posee una pronunciada percepción de las interacciones energéticas humanas; ella puede leer entre líneas lo no dicho, podría decirse que lee las mentes.

Socialmente, está etiquetada en un rango de bajo nivel adquisitivo; ha pasado muchos años en los que ha luchado por sobrevivir con trabajo y sueldos precarios, aunque de una u otra forma, el dinero siempre le llega por los caminos menos esperados y en el momento menos pensado.

Para el momento en que su viaje comienza ella no está en una relación sentimental con otra persona, excepto porque mantiene una conexión de amor platónico por escrito, con un chico unos veinticinco años más joven, que conoció un par de años atrás y que la cautivó desde el primer momento por la rotunda claridad y certidumbre de la visión que él le transmitió de la vida: un regreso a las raíces del contacto con la naturaleza y el respeto a los sistemas de ecología y auto-sustentabilidad.

Inspirada por este muchacho ella emprendió un proyecto de huertos comunitarios muy prometedor al principio; que paulatinamente, fue decayendo sumiéndola en una gran tristeza y obligándola a marcharse de su isla bonita hacia un destino incierto en Francia. Los meses pasan y ella sigue su camino; de Francia a Alemania. De allí a Chequia. Luego, a Italia y ahora de vuelta a Francia.

Se reencuentra con viejas amistades, encuentra en su camino nuevos rostros y nuevos retos. El mundo se abre a su paso, mientras ella lo observa con sus ojos llenos de magia y aventura. Ella cree que es capaz de lograr cualquier cosa; aunque por momentos, despierta llorando de su sueño.

Así, poco a poco, va saltando de una a otra ciudad, de una a otra nueva empresa; como si deshojara una flor laberíntica sin llegar todavía a su última estación. Ella toma decisiones difíciles de la noche a la mañana, en una fortuita habitación de hotel cerca del aeropuerto de Marsella, o la estación de tren en Génova.

En sólo una noche ella se entrega a su destino y, -como decía Baudelaire-, el mundo entero se rinde a los pies de los valientes. Ahora se encuentra viviendo parte de su sueño en una montaña francesa, frente al mar mediterráneo; durmiendo en una cabaña de madera, acunada por el canto de los sapitos de charco que anuncian una mañana llena de sol. Pues ya llegó la primavera.

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viernes, 26 de marzo de 2021

De Luz y de Sombras

 



El bien y el mal es la temática más trillada y la más conocida de la literatura universal. Prácticamente, todas las historias escritas y que se han llevado a la gran pantalla, desde la historia primordial de Adán y Eva, están salpimentadas de la eterna diatriba entre el la luz y la oscuridad, el bien o el mal.

Recuerdo cuando estudié el tema por primera vez en la universidad en una clase de Estética. Ya los griegos se habían dedicado a desmenuzar esta antigua trama a través del teatro y de sus obras trágicas. Para los griegos esta dicotomía se resolvía con la danza entre la extraña pareja divina de Apolo y Dionisos.

Sólo para aclarar los términos, Apolo representaba la luz, la armonía y la belleza sobria. Mientras que su hermano Dionisos era el dios del éxtasis, la desmesura y la pasión sin freno. Son las dos polaridades omnipresentes, los principios de luz y sombras en la tragedia griega. La eterna lucha entre los dos principios opuestos, los dos hermanos divinos.

Sin embargo, para los griegos la actividad de estos dos principios no estaba relacionada con la moral de la misma forma en que se la entiende en la cultura occidental moderna de nuestros días. Los filósofos griegos abordaron la cuestión del bien y el mal desde una perspectiva más bien terapéutica. Se buscaba comprender cómo obraban las fuerzas impersonales y universales (los dioses) en la vida de los pobres mortales.

Para explicarlos se crearon tragedias como  Edipo Rey o Antígona, en donde sus protagonistas son enfrentados a una decisión ineludible que va más allá de lo moral o ético y nos plantea la cuestión de hasta dónde es capaz de llegar la naturaleza humana arrastrada por estos principios supra-humanos.

En los griegos, el mal es la desmesura. Pero no se trata de un mal moral, tanto como de una situación de desequilibrio del orden que abarca la totalidad del universo. El mal o la oscuridad que representaba Dionisos, tenía un espacio y una actividad que le era propicia en su ciclo del año; pues hay que recordar que al llegar la primavera se celebraba la entrada de Dionisos con su séquito y los griegos eran muy proclives a celebrar grandes fiestas orgiásticas en honor a su dios de la desmesura.

De modo, que en ese momento del año, la oscuridad –que no era tal-, aparecía como un joven blandiendo el tirso y bebiendo vino con sus ninfas desnudas, sin el menor ápice de pudor. Y los griegos lo celebraban de la misma guisa, honrando este principio en sus vidas. Pero cuando terminaba el ciclo de Dionisos, daba paso a un período de reordenamiento y armonía de las formas.

Era el tiempo de Apolo, de las leyes, de la música (no de la música estridente; sino más bien, los sonetos y las melodías cadenciosas), la belleza sobria y comedida. La naturaleza humana volvía su orden preestablecido, anterior a las festividades de la embriaguez. Se respetaban las leyes, o se hacían respetar. En fin, Apolo regía la medida correcta.

En Grecia los hombres que no se plegaban a la ley podían tener un fin nefasto; recordemos cómo Atenas le dio cicuta a Sócrates como bebida de despedida.

¿Cómo podemos crear luz y sombras con el mismo equilibrio natural que lo hicieron los griegos en sus obras?

Mis protagonistas y antagonistas de la Trilogía de Arcana no son personajes planos, tienen un argumento tras sus acciones, una pasión que les mueve a actuar, una historia; y esa historia corresponde a un ciclo; la secuencia orgánica de eventos regidos por fuerzas impersonales. O por los mismos dioses.

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miércoles, 24 de marzo de 2021

Relatos de Viajes

 


Escribir sobre un viaje que uno ha hecho no es lo mismo que escribir un relato acerca de un viaje de ficción. Es sobre este último tipo de viaje que quiero escribir el post de hoy. La primera referencia que me viene fue el relato piloto, titulado precisamente El Viaje; a partir del cual nacieron los personajes principales de mi novela La Sacerdotisa de Thot.

Es un relato intenso acerca de experiencias fuera del cuerpo, por lo que me pareció que titularlo con ese nombre era lo más descriptivo. Escribir sobre viajes que tienen lugar en un espacio fuera del espacio conocido de nuestras tres dimensiones es una experiencia como ya dije intensa y además, controvertida.

Los viajes o experiencias fuera del cuerpo tienen un público concreto y también, un número de detractores. Por esta razón puede ser un tema que suscite controversia, ya que se refiere a experiencias casi totalmente subjetivas que pertenecen al universo de lo estrictamente personal.

Y aquí lo singular sería cuestionarse no tanto la credibilidad de la experiencia, como el modo de transferirla a un tercero que no es partícipe de la misma. Este es el arte de narrar un viaje. Si bien, podríamos decir la misma cosa acerca de un viaje de ficción que describe una localidad verosímil en el tiempo y en el espacio tridimensional.

Sin embargo, las experiencias fuera del cuerpo son también viajes de una increíble y persistente verosimilitud para el que los está experimentando.  Primero, nos encontramos con la descripción de sensaciones  que pertenecen al ámbito de lo corporal; es todo un reto describir sensaciones físicas provocadas por experiencias no físicas; especialmente para aquellos que nunca han experimentado nada semejante.

Después, nos encontramos con el reto de la creación de un universo, un ambiente verosímil que no se encuentra ubicado en ninguna parte concreta del espacio y transmitir esta cualidad de omnipresencia, no solamente requiere un manejo magistral del lenguaje sino también y muy particularmente, una acentuada sensibilidad a los estados anímicos inusitados.

La experiencia más cercana que un lector no entendido en el tema podría tener acerca de este tipo de viaje, es probablemente, la meditación; y aún así estaríamos describiendo algo más que un espacio, un estado de consciencia. Habitar ese nuevo estado de consciencia podría ser parte de la experiencia de un viaje fuera del cuerpo. Si bien, describir las cualidades propias de cada viaje es una absoluta singularidad.

En otro de mis libros, La Verdadera Historia de Atlante me dediqué a describir todo un periplo de exploración externa, una misión que comienza con un viaje a un espacio exterior y termina con este segundo tipo de viaje, la experiencia fuera del cuerpo. El protagonista vive intensamente un proceso de viaje exterior o misión, que se transforma en una experiencia o viaje a sus mundos internos.

Y no diré más sobre ello para no hacer spoiler del libro. Ciertamente, no fue una tarea fácil. Si bien, me gustaría abordar la historia de cómo escribí este libro en otro post, más adelante.

Escribir un relato es en sí misma, una experiencia de transcurso entre el ser que fuimos antes de crear la historia, y el ser que estamos siendo a medida que el relato y el viaje tienen lugar a través de nosotros.

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jueves, 18 de marzo de 2021

Los Cuentos de Clark Ashton Smith - La Magia de Ulúa

 


Clark Ashton Smith es uno de mis autores favoritos del género de terror. Su estilo me cautivó desde la primera frase. Para el post de hoy estaba buscando uno de sus cuentos que más me ha cautivado y que leí en la Antología de todos sus relatos hace ya un par de años, es uno de los cuentos del ciclo de Averoigne.

Sin embargo, muy a mi pesar no pude dar con el paradero de este relato, y en su lugar elegí un cuento muy parecido del ciclo de Zotique, La Magia de Ulúa. Pero antes me  gustaría mencionar algunas de las características de este escritor que más me han impresionado, y el motivo de mi elección de este autor del género de terror tan poco conocido hoy día.

Uno de los aspectos que más me fascina de Clark Ashton Smith es su prolijidad; este escritor, poeta y también escultor y pintor, nacido en Long Valley, California se adentró en el género fantástico y abarcó el género de fantasía oscura, terror y ciencia ficción, casi por completo. Un artista polifacético. En su biografía se destacan tres etapas creativas.

La primera, la etapa poética hasta 1925. La segunda fase hasta el año 1936 se destacó por la creación de sus Cuentos Extraños (Weird tales). Esta época se reconoce la profunda influencia que recibió de poetas y colegas coetáneos como H. P. Lovecraft. Durante esta etapa creativa, C. A. Smith se dedicó a crear universos diferentes para sus historias dando lugar a varios episodios conocidos como ciclos mitológicos.

De los más conocidos son Averoigne, ambientados en una provincia medieval francesa ficticia. También está Zotique; se trata también de un continente futurista ficticio. A este ciclo pertenecen la gran mayoría de sus relatos de fantasía oscura, y también el relato elegido, La Magia de Ulúa. Una historia moralista acerca de la degradación y la corrupción al que inevitablemente conlleva la ostentación del poder y la opulencia, según la perspectiva de Clark Ashton Smith.

Esta degradación va siempre acompañada de una ineluctable perversión; y específicamente, en los ciclos mitológicos el autor destaca el empleo de la Magia para fines oscuros, profundamente malvados. La hechicera Ulúa, es una joven sin escrúpulos capaz de los más horrendos crímenes, y movida por las pasiones más bajas.

En contraste, Clark Ashton Smith destaca el papel del protagonista Almazaín, retratado como un mancebo inocente, de acto y pensamiento impecables. Los recursos narrativos que Clark Ashton Smith utiliza para describirnos las inmundicias de los actos mágicos perpetrados por Ulúa provocan verdadera repugnancia. Incluso, para la sensibilidad del lector de hoy en día.

Los símbolos que Clark Ashton Smith utiliza para provocar estos efectos en el lector van desde la simbología decadente egipcia; tales como momias y tumbas, o insectos malolientes y cuerpos en descomposición. La construcción del Universo de Zotique se va perfilando en cada relato, y especialmente la construcción del ambiente mágico y moral de esta historia; que pese a tratarse de un relato de ficción doy fe de que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Al leer este relato enseguida vinieron a mi mente episodios que yo misma he tenido la oportunidad de experimentar; como por ejemplo, el peso de una entidad sobre el pecho de Almazaín, las pesadillas, el decaimiento físico…

Empecé a leer a Clark Ashton Smith hace aproximadamente unos dos o tres años; poco después de culminar mi época de withcraftiana. Entonces, descubrí que mis propias experiencias con la magia ya habían sido relatadas en sus más prolíficos detalles. Clark Ashton Smith describe un mundo en apariencia ficticio que sin embargo, colinda muy cercanamente con el mundo onírico y emocional del hombre de cualquier época.

Es por este peligroso parentesco con la realidad que la lectura de los relatos de Clark Ashton Smith resulta tan fascinante.

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miércoles, 17 de marzo de 2021

Cuentos egipcios. Los Dos Hermanos

 



Recientemente, he adquirido un libro interesante, una antología de Cuentos del Antiguo Egipto. He elegido el primero de los veintitrés cuentos que reúne esta colección del autor Gastón Maspero, titulado Los Dos Hermanos. Se trata de una historia breve con constantes referencias a la magia y los poderes de las divinidades egipcias.

Hay una referencia al toro sagrado Serapis, aunque en el libro esta divinidad está relacionada directamente con uno de los principales personajes, el Hermano Menor. Lo que me llevó a elegir esta historia es precisamente la temática mágica y los recursos narrativos que utiliza el autor desconocido para crear los efectos de la magia en su historia.  

La forma narrativa se decanta por un tono dramático y una fuerte vena moralista; pues el drama se desencadena por causa de la traición de uno de los personajes y entran en juego dinámicas de relaciones maritales y de parentesco; lo que da un fuerte dramatismo a la historia, pues ya se sabe que los lazos de sangre conllevan a pasiones profundas en la gran mayoría de las historias de la literatura.

La figura de la magia no se perfila de una manera concreta en esta historia y sin embargo, resulta esencial para delinear el hilo narrativo y el propósito del narrador de crear una continuidad en el relato. Aunque personalmente encuentro el estilo caduco y pueril es, no obstante una solución creíble en cualquier narración cuando es aplicada correctamente.

La magia era un elemento esencial en la vida espiritual y cotidiana en el Antiguo Egipto; sabemos por numerosas traducciones coptas de los papiros egipcios encontrados en yacimientos y tumbas faraónicas, que estos grandes señores se servían de la magia con bastante asiduidad para resolver incluso, los temas más delicados de la vida política de las dos Tierras.

De modo, que considerar la magia como un tema banal, para los egipcios estaba completamente fuera de lugar. Además, el uso de este recurso en la narración nos muestra la gran importancia y utilidad que tenía para los antiguos egipcios, y lo mucho que era apreciada en su día a día.

La base de este elemento del reino de lo Maravilloso, está en los fundamentos mismos de la civilización egipcia, la cosmogonía, la relación entre los dioses  y los hombres, y la importancia de estos para cualquier egipcio de a pie de la época. La magia no era meramente un producto casero de utilidad para resolver problemas. Para los egipcios la magia era un dios en sí mismo, uno muy antiguo y respetado.

Al final de la historia, el autor lanza una especie de maldición contra aquellos que se atrevan a difamar el contenido de la misma, y menciona al propio dios Thot como tutelar y protector de la historia. Es un verdadero broche de oro para asegurar que las palabras escritas sobre el papiro estaban protegidas por la divinidad. Se cierra el círculo esencial de la relación con lo divino, creando un doble acceso; en la ficción y en la vida real.

Quizás de todo el texto esto sea lo que mayor importancia contenga, y lo que le concede su más fuerte carácter dramático.

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viernes, 12 de marzo de 2021

El Espíritu de Nietzsche

 


Hoy me contaron que Nietzsche se volvió loco después de ver cómo un hombre mataba a palos a un caballo en la calle. Y que después de presenciar aquella escena, él se arrodilló y besó al caballo moribundo. Toda esa historia me llegó como un balde de agua fría. Pero luego entendí algo que todavía me dejó más sorprendida.

Friedrich Nietzsche nació y vivió en la Alemania puritana del siglo XIX; fue una época de poderosos cambios en ese país rotundamente imperialista; fue un período de enfrentamientos y fragmentaciones intestinas que culminaron en una unificación artificial de estados. Todo este clima de grandes reestructuraciones tuvo que afectar por fuerza, el espíritu sensible de un artista como Nietzsche.

Y digo esto porque me puse en los zapatos del autor de  Zaratustra; como seguramente lo han hecho muchos artistas y escritores antes que yo. La profunda sensibilidad del espíritu de Nietzsche se puede entrever claramente en sus obras y sin embargo, aún así no dan cuenta exacta del motivo por el que este hombre, filósofo y pensador singular, odió tanto su tierra natal, Alemania.

Yo sólo soy capaz de figurarme una cosa; Nietzsche era un alma empática y compasiva, capaz de sentir en su fibra interna la más profunda desolación del alma humana. Y ese rasgo empático es inequívocamente, un aspecto crucial que lo separó por completo de sus congéneres. Alemania nunca fue históricamente conocido como un país generoso y altruista.

Todos conocemos bastante bien las dimensiones históricas de esta absoluta ausencia de empatía, de la que lamentablemente han gozado los alemanes. Y esta fue la ruina moral del escritor; fue señalado como loco, esquizofrénico y ve tú a saber cuántas etiquetas más, por sus coetáneos, por el único crimen de no ser un robot sin alma.

Lamenté profundamente haber conocido esta anécdota del escritor, porque ahora entiendo cuánto se ha vilipendiado el nombre de mujeres, escritores y artistas a lo largo de la historia, por esta falta de sensibilidad humana de aquellos que les rodeaban. Puedo entender perfectamente su necesidad de soledad; porque no fue otra cosa sino, el deseo de escapar de una sociedad decrépita y sin corazón.

Leí a Nietzsche por primera vez cuando apenas cumplía los dieciocho años. No voy a decir que lo entendí a la primera porque quizás, era yo misma demasiado joven e inexperta como para poder comprender a ciencia cierta la profunda implicación de su genio. Pero su espíritu sensible que sigue habitando entre las letras de su obra, hablaba alto y claro a mi corazón de niña-artista.

El crimen de Nietzsche no fue su locura. Sólo los que no son capaces de sentir pueden llamarse locos. Y este hombre adelantado a su tiempo, sin duda supuraba pasión por todos los poros de su ser. Su crimen fue ser diferente, no ser capaz de integrarse al modelo desquiciado y atroz de la sociedad en que vivía. (Como no podemos hacerlo ninguno de los artistas realmente sensibles).

No pretendo aquí señalar ni juzgar a nadie; de eso ya se han encargado con sobrada aplicación los cronistas e historiadores durante largo tiempo; dedicarse a contarnos una historia inventada por los vencedores de todas sus estúpidas e inútiles guerras. 

Y esta fue también la denuncia de Nietzsche. ¿Cuánto hemos avanzado desde entonces, como humanidad? ¿Todavía seguimos inventando nombres absurdos de enfermedades mentales que nunca existieron para referirnos a personas a las que no somos capaces de comprender ni sentir? Me temo que sí, muy lamentablemente.

Nos creemos que con las tecnologías y la ciencia somos invencibles y que hemos superado todos los grandes retos de la humanidad. Nos creemos una raza superior, nos creemos mejores que los animales. Nos creemos tantas idioteces que a veces siento pena de ser humana…

Pero no pierdo las esperanzas. Aunque todos me señalen por la calle con el dedo y murmuren a mis espaldas ¡ella está loca!  ¡A quién le importa caer en la locura, si ello significa liberarse de una vez por todas, de las cadenas de una sociedad tristemente enferma? 

Como decía Aldous Huxley, en Un Mundo Feliz:  Si uno es diferente está condenado irremediablemente, a la soledad”.

Por fortuna, cada día somos más los locos que los normales.

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miércoles, 10 de marzo de 2021

Tocando la fibra del alma

 


Cada vez que tomo contacto con la tierra – y no hablo en sentido figurado-, este encuentro elemental me trastoca de una manera metamórfica; me abstraigo por completo de lo que me rodea. Y no importa lo cansada que esté, si tengo un azadón  en las manos no puedo detenerme, es como si me salieran tallos y hojas por todo el cuerpo.

Hace relativamente poco me he dado cuenta de lo que en realidad, es importante para mí. No porque me dé importancia en el sentido de status o valoración externa, es más bien una conexión con lo que de verdad alimenta mi espíritu. Tocar la tierra, escuchar a la naturaleza en silencio; la suave brisa de primavera cimbreando las ramas de los árboles, el chisporroteo del agua de un riachuelo corriente abajo, el zumbido de una abeja…

Tocar la tierra y tocar las letras, o quizás permitir que ellas me toquen a mí desde adentro hacia afuera, como volutas de humo sonoro. Esta tarde cogí el azadón y limpié el jardín (no es el jardín de mi casa, pero eso no importa), al arrancar la maleza sentí en mis manos la misma sensación que siento cuando escribo, con bolígrafo o en el ordenador, ¡da lo mismo!

Es la sensación de tocar algo que está vivo aunque no lo parezca, tiene un sabor de otredad¸ y también de encuentro. Muchas veces a lo largo de mi vida me ha costado un arduo trabajo reconocerme a mí misma como escritora. Porque escritor es el que escribe y yo pasé tanto tiempo sin dejarme tocar por las palabras.

Y lo mismo me pasó con la tierra; ¿por cuánto tiempo estuve separada de ella? No lo sé. Probablemente, toda mi vida. Y hasta que no la toqué por primera vez no me di cuenta de lo importante que es para mí, y de cuánto nutre mi alma.

La primera vez que la toqué realmente fue en una clase de Modelado en la Facultad de Bellas Artes. ¡Qué sensación tan bulbosa y lánguida!, casi como tocar una serpiente dentro del agua y sentir que se desvanece entre los dedos. Lo que saliera de allí era -de toda la experiencia-, lo que menos importaba; y sin embargo, dejaba una huella.

Y cuando eso acabó algo dentro de mí pasó un tiempo llorando por su ausencia. Lo mismo que cuando dejé de escribir. Pero yo no podía reconocer aún aquella melancolía. Porque todavía no comprendía que todo esto es como un ritual de apareamiento; son los prolegómenos para la vida. Y sin estas pequeñas cosas, la vida no significa nada. Quiero decir, solamente pasa. Pero nada pasa.

Ahora que de alguna manera comprendí y empecé a escuchar al pájaro que entonaba su canto a lo lejos. O que me detengo a mirar el vuelo de tres halcones sobre mi cabeza y es como si el silencio viajara entre las nubes. Ahora parece que la vida se asoma de nuevo, a través de esa pequeña ventana. Y si yo miro ella empieza a jugar conmigo a través de las palabras. Y me siento alegre y risueña como una niña.

Eso es lo que había olvidado y me siento tan agradecida de poder recordarlo; el hecho de disfrutar el momento en que la vida sucede y no solamente, dejar que pase sin estar allí presente. Disfrutar de la sonrisa de un niño, del olor de la hierba mojada. Abrirme desvergonzadamente al goce de escribir, como si dejara abierta una ventana para escuchar el agua corriendo.

Sólo quiero decir pues, que si algo no toca mi alma no lo leo y no lo escribo. Porque escribir es como enamorarse, si este sentimiento está ausente ¿qué necesidad hay de complicarse la vida? Y si no puedo amar lo que escribo, si no puedo detenerme a contemplar el aleteo de una mariposa con la alegría inocente de un niño, entonces ya nada tendrá sentido.

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viernes, 5 de marzo de 2021

La Idea

 


Tengo un compromiso con mi niña interior para dedicarle todos los días al menos, una hora para escribir. Es un propósito que surgió este año después de arduas reflexiones acerca de mi camino de vida. Y el día de hoy procurando cumplir con mi propósito, de pronto me sentí vacía de ideas. Y no es que esto me sea extraño. En realidad, creo que es un lugar común para casi todos los escritores.

Sentarme a escribir hoy supone enfrentarme con la temida hoja en blanco, después de años de decirme a mí misma lo fácil que me resulta escribir. Pero esto es tan sólo un mito, una historia que los escritores nos contamos en secreto a nosotros mismos. No es que sea fácil escribir, es que la expresión escrita es nuestro primer hábito.

Me abrí a las infinitas posibilidades –una de mis frases predilectas-. Tengo demasiadas ideas rondándome la mente en estos momentos. Necesitaba quedarme algunos minutos a solas y en silencio; sin ver, escuchar ni decir nada a nadie. Entrar en el silencio, otra frase interesante. Pero sólo era el preludio necesario para que por fin surgiera la idea que me llevara de la mano el día de hoy hacia la consecución de mi objetivo diario: escribir.

 Y me doy cuenta mientras escribo, que así ha sido siempre o casi siempre mi faena frente al ordenador, o la antigua máquina de escribir. Porque sí, lo admito: yo pertenezco a la generación de escritores que escribió sus primeros cuentos a mano o en una Olivetti. Y añoro esos tiempos en los que creía que todo era menos complicado.

Frecuentemente, me sentaba a escribir después de algún sueño o de haber escuchado alguna conversación incidental y pasajera. El eco de las palabras seguía resonando dentro de mí, todavía sin ningún sentido, pero en el núcleo de aquellas voces latía una idea, una posibilidad infinita deseando manifestarse.

Confieso que pasé muchos años sumida en silencio literario. Tampoco sé si realmente es una enfermedad o simplemente, un recodo en el camino de cualquier escritor que busca su propio sentido de escribir. Y me parece que es precisamente, de eso de lo que se trata la idea, de encontrar el sentido de lo inusitado.

Cuando volví a escribir después de la Trilogía de la Tierra Arcana, sin darme cuenta habían pasado más de diez años. Me sorprendo a mí misma cuando lo pienso. ¿Qué pasó durante todo ese tiempo? ¿A dónde se había ido la Musa? ¿O es que acaso, la que se había ido era yo? Todavía no tengo una respuesta suficientemente clara para ninguna de estas preguntas. Tan sólo quiero seguir el hilo de esta Idea maravillosa: la posibilidad de hallarme de nuevo tejiendo una historia que busca su propio sentido.

Ahora no le temo al silencio; quizás lo he buscado con demasiado ahínco. Porque sé que es desde su centro de donde brotan todas las historias que he contado, todas las historias que se contaron y las que se han de contar. Sin embargo, reflejo mi imperiosa atracción por ese deseo de dejar de hablar y escuchar.

Escuchar para que brote la palabra que está naciendo en el seno del silencio, animada por una Idea insólita y errabunda. Estas Ideas son como cometas que pasan sólo una vez cada cientos de miles de años.

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miércoles, 3 de marzo de 2021

OMISIONES

 


¿Qué es aquello que no expresamos al otro porque esperamos que lo adivine o simplemente, damos por hecho que ya debe saberlo? ¿Qué es lo que hay detrás de las omisiones en nuestras relaciones cotidianas? Con la familia, con los compañeros de trabajo, con nuestros amigos, nuestra pareja…

La comunicación es un mecanismo sutil que, en principio puede parecer muy sencillo y sin embargo, se trata de uno de los sistemas más complejos creado por el ser humano. Aunque esto último, no está del todo claro. Hablar y escribir son actos propios de la voluntad y de los más sofisticados modelos del intelecto.

No me atrevería a afirmar tan a priori -como hacen muchos-, que el ser humano es la única especie capaz de usar tales modelos de comunicación (habla y escritura). La ciencia conoce desde hace tiempo que la comunicación es un fenómeno posible no únicamente, entre individuos de la misma especie; de hecho, muchas especies de animales son capaces de comunicarse entre sí y con otras, a través de señales sensitivas: sonidos, movimientos, olores, etc.

Este lenguaje preverbal ha quedado de alguna manera incrustado en la memoria genética de la especie humana y he ahí, que nos encontramos con este fenómeno inexplicable de La Omisión. No pretendo explicar aquí los fundamentos psicológicos ni sociológicos de este fenómeno, sólo me interesa señalar lo fácil que nos resulta a los humanos creer que sólo las palabras pueden comunicar significados.

Pero la omisión tiene muchos filos que  sacar. Principalmente, cuando por descuido dejamos de hacer uso del lenguaje verbal y nos encontramos en escenarios de diversidad cultural, en los que abunda la variedad de significados. Además de la riqueza que esto supone para el lenguaje, aquí la omisión campa a sus anchas.

Son dos los factores que quisiera resaltar en este contexto. Y el primero de ellos es el más obvio, los imponderables de la vida cotidiana, como se les denomina en Antropología Social, son todo ese repertorio de conductas, gestos y lenguaje corporal de los que los seres humanos damos cuenta y que en realidad, responden a nuestro condicionamiento más primitivo.

El segundo factor está mucho más oculto para el ojo no entrenado y es el que damos por llamar leer entre líneas. Aquí no hay aparentemente, nada que pueda indicar de forma evidente cuál es el mensaje que la omisión nos quiere entregar y sin embargo, no podemos pasar por alto ese secreto a voces de lo no dicho y no expresado verbalmente.

Sabemos, o quizás sería más exacto admitir que intuimos que algo se ha insinuado, mas no queda evidencia concreta de ello, en prácticamente nada de lo que se ha dicho; sea esto verbal o escrito. Y de los dos, éste es el factor más desconcertante. Es todo un arte poder crear una forma de lenguaje como éste. Es el arte del misterio.

Si en la escritura de mi manuscrito he pasado deliberadamente por alto cierto detalle, esta omisión debe aparecer con tal contundencia ante los ojos del lector que lo mantenga completamente en vilo a lo largo de la trama, en la búsqueda de un alivio; o al menos, una posible pista que le dirija hacia la resolución más lógica del misterio omitido.

Si hacemos esto mismo en nuestras relaciones, en la vida diaria, no cabe duda de que vamos a dejar tantos cabos sueltos que al final del día, ni siquiera nosotros mismos sabremos exactamente con qué definición nos hemos quedado. Y no es para nada recomendable sostener relaciones tan perplejas.

 ¿A qué ámbito pertenece este misterio, esto no dicho, no expresado; este secreto que no se escucha ni se puede observar? Yo tengo dos respuestas muy plausibles, que no tienen nada que ver con la literatura pero que pueden ser un conocimiento útil para el hilo de la narración. La primera causa se encuentra en nuestro cerebro humano, en el sistema límbico: la cede de nuestras respuestas fisiológicas frente a las emociones como la ira, el miedo o la excitación.

La otra causa se traslada al ámbito de la física cuántica –uno de mis temas predilectos-, y aquí me estoy refiriendo a los campos mórficos. Un fenómeno recientemente estudiado en la ciencia, que da explicación entre otras cosas a fenómenos asociados a la intuición y la telepatía. Y es aquí adonde quería precisamente, llevar el hilo de la atención.

Intuición y telepatía pertenecen casi exclusivamente, al terreno de lo misterioso que en otros tiempos menos inquisitivos se daba por llamar ciencias ocultas. Pero a raíz del estudio de los campos mórficos estos dos fenómenos de los que hablamos con tanta naturalidad en la vida cotidiana, reflejan un comportamiento posible y observable.

Esta es la fuente de donde asumo, surgen estos fenómenos del lenguaje que hemos denominado omisiones. Hay un metalenguaje si se quiere, que ya no proviene de una hormona en el cerebro mamífero, sino quizás anterior a esta, que tiene la capacidad de viajar por el espacio y entrelazar de sentido dos cerebros, en dos cuerpos separados.

Lo que hay detrás de lo no dicho, a fin de cuentas, es una consciencia que permea la realidad empírica y transmite el significado de forma tácita e inmediata. Esta es la explicación cuasi académica, pero jamás agotada de todos esos saberes y decires ocultos y no expresados en la omisión, en la vida cotidiana, entre renglones.     

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Diciéndole NO a la vida

"Nada te impide imaginarte a ti mismo inmortal y capaz de conocerlo todo". -Mystery Human Consciousness. Llevo una semana tomando ...